¿Sobrevivirán los políticos al coronavirus?
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Durante el periodo de confinamiento a los políticos se los ve casi a gusto porque los ciudadanos están metidos en sus casas, son obedientes y aceptan la información oficial, pero cuando la gente vuelva a las calles, empiece a sentir la crisis económica y examine los aciertos y los fracasos de las autoridades, ¿sobrevivirán los políticos?

Ningún país estaba preparado para una pandemia, ningún político podía imaginar que entre las dificultades del Gobierno estarían las de improvisar hospitales, establecer nuevos cementerios, repartir alimentos y separar a los ciudadanos. Ninguna de estas realidades estaba en la lista de las ofertas agradables de la campaña, sin embargo, todos los presidentes y sus equipos habrán soñado que su país podría ser la excepción y que se librarían gloriosamente de lo que ocurría en todas partes. Al inicio parecía interesante: una sociedad recluída, temerosa y sumisa; una oposición cautelosa y perpleja; condiciones deseables para gobernar, hasta que empezaron los contagios, los muertos y la paralización económica. Algunos apostaron a adelantar el confinamiento para reducir los contagios, otros a retrasar el confinamiento para mantener activa la economía, pero al final llegó para todos el desastre, incluso para los que creían que estaban bien. México servirá de modelo en el manejo de la pandemia, decía López Obrador, pero el Fondo Monetario Internacional dice que será el país más castigado de América porque depende de las cadenas mundiales de suministros y de la globalización de los mercados.
El período de confinamiento todavía ha sido llevadero; solo era cosa de aparecer seguros y optimistas, de dar la impresión de que tenían todo bajo control, de dar la cara en cadenas de comunicación y hacer recorridos entregando mascarillas, respiradores, insumos, medicinas, víveres, alguna ambulancia. Todos terminaron con la misma receta, la del confinamiento y los discursos épicos: “venceremos en esta guerra”, “saldremos adelante”, “hemos salido de peores adversidades”, etc.
Ordenar el confinamiento es fácil, pero el problema se convierte en pesadilla cuando las empresas no pueden seguir pagando salarios, cuando la gente no puede seguir comprando víveres, cuando se amontonan los infectados y los muertos; cuando empiezan a ponerse al descubierto los errores y omisiones del gobierno y finalmente, cuando empieza la preparación para el retorno a la normalidad que no llegará nunca porque el fin del confinamiento es el comienzo de la crisis económica y la decepción ciudadana.
Cuando se produzca el temeroso retorno a la rutina y se descubra que todo cambió y nadie acertó, ni ordenaron el confinamiento a tiempo, ni evitaron la paralización de la economía y que las consecuencias son terribles y que habrá que trabajar mucho, como después de una guerra, para levantarse y recuperar el nivel de vida que teníamos antes de la crisis. Entoces se iniciará la búsqueda de culpables, la investigación de las compras, el examen de los presupuestos de salud, la denuncia de los gastos en publicidad, las quejas y los reclamos.
A los políticos les puede aguardar dos destinos opuestos: para unos el sentimiento de gratitud de un pueblo unido y solidario; para otros el rencor de un pueblo resentido y decepcionado. Porque puede ocurrir que también a nivel de sociedad funcione el Síndrome de Estocolmo, es decir un trastorno emocional en el que una persona secuestrada desarrolla un sentimiento de gratitud, de complicidad y afecto hacia el secuestrador. Es un trastorno temporal y se da también a nivel doméstico cuando uno de los miembros de una pareja abusa del otro; el abusado exhibe una sensación de lealtad para con el abusador. Queda por ver si puede haber también una versión social del Síndrome de Estocolmo cuando una sociedad desamparada y sometida a confinamiento, penuria, hambre y pérdida de su empleo, desarrolla un sentimiento de gratitud al Gobierno que le ha dicho lo que tiene que hacer y le ha permitido sobrevivir.
El caso opuesto sería el de sociedades que, agobiadas por la crisis posterior, busquen culpables, descubran las fallas de sus gobiernos, hagan el recuento final de las víctimas, comparen su situación con las ofertas quiméricas de campaña y los discursos épicos de la crisis y con otras sociedades que manejaron mejor la crisis y desarrollen un sentimiento de venganza. Los gobiernos que vivan este segundo escenario y sus líderes, no tendrán la piedad de sus opositores ni la lealtad de sus subalternos; a la crisis económica, sumarán la desestabilización política, la rebelión social y el descrédito internacional. Estos políticos no sobrevivirán al coronavirus.
¿Qué pasará con los políticos ecuatorianos después de la pandemia? Es una pregunta dificil de contestar porque no sabemos ni cuánto durará la crisis. Ahora están confiados, recorren el país visitando hospitales, entregando insumos, repartiendo víveres, produciendo videos optimistas, haciendo sentir que todo va bien. Los políticos del Gobierno disfrutan de la desaparición de los opositores porque ahora son colaboradores o condenados por la justicia.
Están entregados al día de hoy porque el futuro es impensable. Mientras otros gobiernos están canalizando recursos hacia el sector privado para impedir la quiebra de las empresas y defender el empleo, el gobierno ecuatoriano pretende aumentar los impuestos y pide contribuciones para obtener recursos que le permitan mantener los bonos y entregar alimentos a los que pasan hambre. Los asambleístas se reunen todos los días con los dirigentes sindicales y se alimentan mutuamente con mentiras como la de creer que se defiende el empleo prohibiendo los despidos.
El gobierno ecuatoriano no podrá borrar la imagen medioeval que difundió con los muertos en las calles y descomponiéndose en las casas por el desbordamiento de hospitales y servicios funerarios pero también por la incapacidad de funcionarios mediocres. La imagen apocalíptica que ofrecieron en Guayaquil sirvió para que el presidente Bukele de El Salvador asustara a sus conciudadanos y les instara a recluirse en sus hogaares y para que el Washington Post considere Ecuador como el epicentro latinoamericano del virus y ejemplo de lo que puede pasar en los países pobres donde los trabajadores informales exacerban la crisis, desesperados porque no tienen la protección de la seguridad social.
El Fondo Monetario Internacional estima que la caída del Ecuador en su economía será la peor de la región, superada solo por Venezuela. El retroceso será equivalente a 6,2 puntos del Producto Interno Bruto. El desempleo será altísimo, la cifra del 6% que calcula el FMI no sirve porque el problema es la informalidad y los que están al margen de la economía y no entran en las estadísticas de desempleo porque ya ni buscan trabajo. Hasta ahora las medidas económicas parecen preocuparse solo de obtener recursos para el gobierno, recursos para mantener los subsidios, la publicidad, el nivel de dispendio del que vienen haciendo gala desde hace trece años.
Todavía no es posible saber la suerte de los políticos. Cuando termine el confinamiento será la hora de la verdad para ellos. No todos sobrevivirán. En algunos países puede haber recaídas de contagio y esa recaída sería mortal para los políticos. Ningún gobierno estuvo preparado, como dicen todos como mecanismo de defensa, pero unos lo han hecho mejor que otros y las estadísticas darán la calificación porque el número de muertos en relación con el número de habitantes indicará cuáles son los gobiernos que queden con más muertos a la espalda. La unidad que proclaman los políticos de boca para afuera será indispensable para la recuperación sicológica, económica y social, para la construcción de un modo de vida más humano, más respetuoso de la naturaleza, más solidario, más igualitario.