¡Qué nos pasa!
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Políticos y periodistas no pueden olvidar que lo que hagan o dejen de hacer, de una u otra manera, afecta a sus electores y a sus lectores, audiencias o receptores. Un análisis.

El trabajo de la prensa no es fácil. Contar las historias de lo que ocurre en un país supone una tarea titánica, delicada y compleja, porque se trata de un grupo de personas que busca entender lo que pasa en un determinado espacio -sea este social, político, cultural, económico, deportivo…- y donde la mayor parte del tiempo habrá afectados, así como responsables de una situación u otra. De ahí la responsabilidad de los periodistas –entre otras muchas más- de mantenerse actualizados, buscar referentes, analizar lo que ocurre, tratar de mirar qué más puede pasar.
¿A qué viene esto? A las acusaciones –con insultos y descalificaciones de por medio- que se hacen –pública y privadamente- entre periodistas de los diferentes medios, es decir entre los que son calificados como prensa tradicional o no tradicional. Esta disputa ha llegado a extremos de hacerse pública a través de la red Twitter, como ocurrió el fin de semana pasado, a propósito de la reunión que mantuvieron periodistas con autoridades de Gobierno, concretamente, con el Ejecutivo, y sobre lo cual circuló algunas fotografías.
Privadamente se dice que hay grupos de chats o línea directa entre algunos funcionarios de Estado y los jefes de las redacciones (incluso directores), para intercambiar noticias y comentarios, aunque los más osados dicen que se traza las líneas informativas, sobre todo ante el riesgo que representa aún los liderazgos autoritarios.
Este tipo de incidentes más bien llevan a un debate ético del trabajo de la prensa y del mismo gobierno y la forma cómo se ejerce la práctica profesional. Por principio nunca ha sido malo reunirse con funcionarios de Estado para entender qué están pensando o cuál es el camino que va a seguir una administración. Cualquier periodista serio debe tener fuentes muy cercanas a las altas esferas gubernamentales y de poder, para mantenerse lo más informado posible.
Para el Ejecutivo de turno, en cambio, este canal directo ayuda a entender por qué los medios de comunicación “siempre publican lo malo y no lo que están haciendo” (se olvidan que están en el Gobierno para hacer el trabajo para el cual fueron electos o designados y que eso no se aplaude), a posicionar alguna idea o pedir el cese de ciertos cuestionamientos. Y cualquier buen político sabe que necesita conocer a la prensa, porque finalmente los periodistas son intermediarios de las audiencias o receptores de sus informaciones.
En suma, los gobiernos lo usan como parte de su estrategia comunicativa y la prensa como la suya.
Tener un grupo de Whats App puede ser un mecanismo válido, siempre y cuando los periodistas no se conviertan en asesores gubernamentales. Ni los miembros de un gobierno utilicen a esos periodistas para filtrar información con fines propagandísticos. Sería muy serio que un periodista, que fácilmente se da cuenta de cuando lo quieren utilizar, se preste voluntariamente o por omisión. Eso sí es hacer el juego a un gobierno.
En una sociedad democrática, ambas partes no pueden perder el norte de su trabajo. Los contactos con las fuentes, desde la visión periodística, es necesario, incluso para que la información sea de mayor calidad. Para los gobernantes, los periodistas son importantes, porque ayudan en el proceso de rendición de cuentas, más allá de comunicar –cuando los convencen- propuestas que impulsa un gobierno. Ambos no pueden olvidar que lo que hagan o dejen de hacer, de una u otra manera, afecta a sus electores y a sus lectores, audiencias o receptores, en conclusión, a una ciudadanía que lo que requiere es que se garantice una información real y de calidad.