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La campaña vía redes no pinta nada bien

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La campaña para la Presidencia no será fácil. Será nueva. Estamos ante un país, por lo menos una parte de él, sumergido en el teletrabajo y más hiperconectado que nunca.

Foto: Freepik.es

En la última campaña electoral por la Presidencia, es decir la de 2017, el uso de redes sociales, como Facebook, Twitter y Youtube, y de la página web de los candidatos u organizaciones a las que representaban, fue más bien marginal. De acuerdo con los estudios hechos en aquellos años, quienes tuvieron más actividad en esos espacios fueron el actual presidente Lenín Moreno y Guillermo Lasso. No tuvieron, sin embargo, una narrativa adecuada para cada plataforma. Prácticamente se encontraba la misma información en todas y contadas de la misma manera. El corazón de la campaña fue la propaganda en medios de comunicación, las concentraciones, los discursos en tarima, los recorridos de barrios y ciudades.

De esa época acá, a más de que ha ganado espacio, sobre todo entre los más jóvenes, Instagram, los políticos se apoderaron de Twitter para hablar de los temas que ellos quieren, sobre los que pueden hacer tendencia y tener más “me gusta” y mayor retuiteo -léase aceptación, aprobación, simpatía, eco-. Curiosamente, y por la forma que se ha acostumbrado a hacer el debate público, insultar al otro, no respetar ideas, descalificar, atacar es uno de los modos operandi más utilizados. Generan una tribu que apoya y va tras ellos sin que nada ni nadie medie. Imagino la gran satisfacción que sienten los influencers (influenciadores) o todo aquel que logre miles de interacciones. 

Desde hace 17 semanas, el Ecuador ha vivido, a más de la pandema del COVID-19, una infodemia, que está enlazada a la infoxicación y a la desinformación, terriblemente peligrosas para las sociedades en su conjunto y para la democracia. Los más de 17 millones de personas que vivimos en Ecuador hemos estado hiperconectados: cientos de cientos de horas en las redes sociales, en las páginas web, en webinars, en reuniones de trabajo por Zoom, Teams, Webex o cualquier otro sistema de comunicación. Correos por doquier, publicidad y promociones de las empresas que buscan arrancar, llamadas telefónicas a ofrecer servicios, pops ups que aparecen en algunas páginas… Enumerar a todo lo que nos exponemos a diario, cada minuto que estamos conectados, es hacer una lista inmensa.

En todo caso, la infoxicación -esa saturación de información que no somos capaces de procesar- y la desinformación -esa información (¿?) mal intencionada con un fin claro de provocar algún daño o efecto negativo en una comunidad- han sido parte de nuestra cotidianidad.

Imagínese, señor político, cómo piensa competir en ese escenario. ¿Cómo hará para que su mensaje genere adeptos? ¿renunciará al ataque verbal? ¿dejará de lado el escándalo?  ¿podrá evitar desinformar? ¿renunciará al sentimentalismo? ¿crearán mensajes con base a los algoritmos para generar miedos o simpatías, como ya se hizo en otros países? Tremendo desafío también para publicistas, marquetineros, comunicadores políticos, expertos en campaña. Y también para los periodistas que tendrán que estar muy atentos a lo que corre en las redes para enfrentar la desinformación con fact checking.

No será una campaña fácil. Será nueva. Fascinante de observar, porque estamos ante un país, por lo menos una parte de él, sumergido en el teletrabajo y más hiperconectado que nunca. Harto de tanto bombardeo de datos, información y publicidad, pero también golpeado económica y socialmente. Con miedo porque no sabe a quién creer y como diferenciar la verdad de la mentira. Se viene una campaña en donde se sabrá qué tan capaces son de no engañar o hundir más a la gente que tiene derecho a una información verdadera y contrastada. 

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