Cuando el derecho se convierte en abuso
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El respeto a los derechos de las minorías y mayorías contribuye a una sana convivencia y un entorno óptimo.

Es difícil –mejor dicho, imposible- estar en desacuerdo cuando se habla de igualdad de las personas, de los derechos de los más desprotegidos, del espacio que deben tener quienes han estado excluidos. A nadie se le ocurriría, especialmente de manera pública, no estar de acuerdo con que todas las personas tengamos y nos respeten nuestros derechos.
El problema es cuando el derecho de una minoría atropella los de la mayoría. Y esa mayoría no puede reclamar -o no quiere- porque eso ya no suena bien, ya no es elegante y menos de moda. Además, porque se corre el riesgo de que las respuestas sean rabiosas al tratar de romper esa suerte de status quo que hay en torno a la defensa de los derechos… de la minoría.
Voy a poner dos ejemplos, que se pueden replicar casi a cualquier situación de la supuesta defensa de derechos de la minoría, especialmente cuando quienes exigen derechos se revisten de un lenguaje inclusivo, igualitario, generoso, pero en sus prácticas, en su vida diaria, cuando casi nadie les escucha, es calculado y disimulado. Los peores son los que buscan insultar, descalificar, atropellar con una apariencia de no hacerlo.
Vamos con los ejemplos: en mi trajín en el servicio de transporte público de Quito me he encontrado con que se ha fortalecido la idea y la práctica de que en el servicio municipal de transporte (Ecovía, Trolebús o Metrovía) las mujeres embarazadas, los adultos con niños en brazos y sobretodo personas de la tercera edad se pongan adelante de la fila. Nadie, en su sano juicio, puede oponerse a que ellos ingresen en las unidades de transporte y sean quienes tomen los asientos, para que vayan más cómodos.
Sin embargo, cuando un grupo de personas de la tercera edad llega, no hace fila, reclama y encima se suben al autobús sin que nadie pueda decir nada, porque lanzan groserías, empujan o levantan sus bastones con la intención de agredir, las cosas cambian. Ellos, al igual que los demás usuarios, están obligados a hacer la fila. Deben respetar a las personas que saben les ceden el paso. No entendí –y quedé impactada- porque un hombre de más de 65 insultó a otro que era algo más joven, porque este le dijo que debió ponerse con antelación adelante y en respuesta casi recibe una cachetada.
Tampoco entiendo –y este es un segundo ejemplo- a quienes, por tener un vehículo para movilizar a una persona con discapacidad, puede parquearse mal (léase donde quiera) y detener la circulación del resto. Hay parqueaderos especiales, ¿por qué no los usan? Y lo más triste es que si se les reclama se ponen furiosos.
Crear ciudadanía no es solo de una vía. Por años se ha trabajado, para que las personas con discapacidad y la tercera edad tengan derechos (al igual que los afros, los indígenas, las mujeres), pero eso no les debe dar la posibilidad de abusar de aquello afectando al resto de los ciudadanos. Hoy es de suma importancia que las minorías y la mayoría puedan hablar, eso también es parte de ir construyendo la democracia. Lo contrario es mantenerse en prácticas extremistas, muestras de la profunda división e incluso del totalitarismo en el que se sumergió el Ecuador hace más de una década.
Cuando todos nos respetemos como iguales, seguramente podremos tener una convivencia más tranquila. Por ahora, casi cualquier cosa enciende los ánimos y es hora que como país respiremos.