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Ecuatorianismos: La evocación del académico Carlos Joaquín Córdova. Parte 7

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La Directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua elabora un amplio análisis sobre el diccionario que se acerca a las raíces más íntimas de nuestra forma de hablar, elaborado por el lexicógrafo más reconocido del Ecuador. Esta es la séptima parte.

Foto: Flickr RAE

Vayamos un instante como en conversación con Carlos Joaquín, al antiguo ser y constituirse de nuestra Academia, que él dirigió entre el año 1998 y 2008. Los tres primeros directores de la Academia fueron don Pedro Fermín Cevallos, entre 1875 y 1892; don Julio Castro, entre 1892 y 1896; y don Carlos Rodolfo Tobar, de 1896 a 1920, en un largo y difícil período. Desfilaron en aquellos años por el ámbito académico los mayores intelectuales de la patria; don Luis Cordero Crespo, Francisco Febres Cordero, Federico González Suárez, Luis F. Borja, Antonio Flores Jijón, Francisco Campos, César Borja, Manuel J. Proaño… Todos dejaron  ejemplo de trabajo,  huellas inolvidables de inteligencia y honor.

Sería largo avanzar,  aunque solo fuese enumerando los nombres de los académicos que honraron la corporación ecuatoriana durante el siglo XX. Nuestra corporación, la segunda Academia de América, fue instalada en Madrid en 1874, y aprobada jurídicamente por el expresidente don Gabriel García Moreno, en mayo de 1875, tres meses antes de su muerte.  Sí nombraré a los notables directores que precedieron, entre 1940 y 1998, a la dirección de Carlos Joaquín Córdova: Julio Tobar Donoso, (interino), 1940-1945; José Rafael Bustamante, 1945-1961. Gonzalo Zaldumbide Gómez de la Torre, 1961-1965; Julio Tobar Donoso, 1965-1975; José Rumazo González 1975-1984;  Luis Bossano Paredes, 1984-1984; Galo René Pérez, 1984-1998, a quien sucedió nuestro eminente lexicógrafo, desde ese mismo año de 1998. Su mandato terminó con su renuncia voluntaria, que tanto lamentamos, en 2008, ya a los noventa y cuatro años de edad.  

Queden, pues aquí, no sin nostalgia, los nombres de miembros de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y los de algunos de sus preclaros directores brevemente aludidos,  y sin aludir, las presencias dignísimas de tantos otros, a fin de dedicar nuestras palabras al destino que  es el hilo conductor entre estos personajes y todos los que en largos años atravesaron y atravesarán el tiempo en calidad de miembros de la Academia Ecuatoriana, en la enorme tarea que, desde el pasado, en el presente y hacia el futuro se nos impone, de preservar, con todas sus exigencias, la unidad de nuestra lengua española. 

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