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Ecuatorianismos: La evocación del académico Carlos Joaquín Córdova. Parte 4

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La Directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua elabora un amplio análisis sobre el diccionario que se acerca a las raíces más íntimas de nuestra forma de hablar, elaborado por el lexicógrafo más reconocido del Ecuador. Esta es la cuarta parte.

Foto: Flickr RAE

Acaba de aparecer una nueva y bella edición en gran formato de El habla del Ecuador, diccionario de ecuatorianismos. Me referiré a ella más pormenorizadamente. Pero antes, preguntémonos cómo ayuda este diccionario a la comprensión de la cultura ecuatoriana, pues toda lengua expresa fundamentalmente el ser que somos. El diccionario de Córdova, al recoger el léxico usual de nuestra habla ecuatoriana, términos y expresiones, maneras que revelan nuestra idiosincrasia, nuestras costumbres, los miedos y alegrías que experimentamos cada día, recoge nuestra más profunda intimidad, núcleo de nuestra cultura. Así, muchos de nuestros ecuatorianismos han sido recogidos ya en el diccionario general; igualmente, nuestra sintaxis, en la importantísima Nueva gramática. Ahora, vayamos al inicio de los trabajos que, en buena ley, llevan el título de panhispánicos, a los cuales Carlos Joaquín pudo asistir y contribuir, ya no solamente en calidad de miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, sino como su afanoso director. 

            Trabajaba junto a Carlos Joaquín Córdova cuando, hacia 1999 se redactaba en Madrid el corto manual de ortografía del español, primer texto con intención panhispánica previo a los grandes tratados académicos producidos e impresos seis años después, a partir de 2005. 

            En 2005 se publicó el Diccionario panhispánico de dudas que expresaba, desde el título, la voluntad y eficacia del trabajo realizado entre todas las academias que forman parte de la Asociación de Academias de la Lengua, supervisado por equipos de lingüistas y filólogos,  constituidos en la RAE. Este texto inició un lapso fructífero, posible gracias a los nuevos medios de comunicación, entre ellos, la red, y vividos, es decir trabajados por el conjunto de las Academias, desde la iniciativa y dirección de don Víctor García de la Concha,  director de la RAE y presidente de la Asociación de Academias, cuyo secretario era don Humberto López Morales: El Diccionario de la lengua española, (su actual versión digital es consultada  por un promedio de ochenta millones de usuarios al mes). La colosal Nueva gramática de la lengua española y su Manual;  el Diccionario de americanismos;  la gran Ortografía de la lengua española. Este breve período para tan fértil producción culmina, hasta el momento, con la publicación del  Diccionario panhispánico del español jurídico, dirigida por don Santiago Muñoz Machado,  hoy director de la RAE, habiendo sido cada una de dichas obras  presentadas en los países hispanohablantes de América y en los Estados Unidos. 

            En Quito, el  28 de octubre de 2008,  presentábamos en el Aula Benjamín Carrión de la Casa de la Cultura, el entonces director de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, don Jorge Salvador Lara y yo misma, la, en aquel tiempo, última edición en tres volúmenes de El habla del Ecuador, diccionario de ecuatorianismos, resultado magnífico de un trabajo que, me atrevo a aventurarlo, atravesó sesenta, setenta años de existencia de nuestro inolvidable colega y exdirector Córdova Malo, hasta su muerte ocurrida el 19 de diciembre de 2011, cuando le faltaban apenas tres años para cumplir un siglo. Hoy, a inicios de 2020, la Universidad San Francisco de Quito ha tenido la iniciativa feliz de publicar en un solo hermoso volumen este “Libro singular, porque registra, con puntualidad y precisión, la evolución de la sociedad desde lo más entrañable y cotidiano: su idioma…  Más que un diccionario, es una bitácora de costumbres y de historia vieja y reciente”, escribe Fabián Corral, subdirector de la Academia Ecuatoriana de la Lengua en su bello prólogo al volumen aludido, que reproduzco como colofón de este artículo. Editado en papel de color crudo, escribí en diario El Comercio (martes 28 de enero de 2020) para celebrar esta edición, cada capítulo empieza con la letra miniada en rojo, como dibujada a pincel y pluma por algún monje medieval. Las palabras ‘corren’ en tres columnas de letra clara y legible.  Lector insaciable de cuanto opúsculo, tratado, monografía o artículo caía en sus manos: la vocación lingüística y una insaciable curiosidad origen de todo conocimiento atravesaron los actos de su vida; cada lectura era pretexto para encontrar términos distintos y nuevos sentidos a esos términos. Dotado de memoria colosal, evocaba sucesos, caracteres y personas: erudito sin vanidad ni exhibicionismo, recibe el homenaje merecido de una edición de lujo, tan elegante en su discreción, que encierra parte del innumerable material con que Carlos Joaquín Córdova iluminó su pasión por conocer…, (que yo ‘bebía’ los lunes en la AEL, donde mi presencia y conversación con el director era para mí como un querido, imprescindible rito). Revisábamos los constantes requerimientos madrileños, envíos a Madrid de documentos, aportes y sugerencias al diccionario oficial; material por corregir, completar y aumentar pasó por nuestras manos. Era frecuente escucharle: “Tengo tantas papeletas, cuarenta páginas de nuevos términos…”. 

            Este diccionario enciclopédico informa con sabiduría y humor lo sugerido por cada lema: ‘Calamidad doméstica: ‘barbarismo por matrimonio’.  Y sigue: “No una vez, sino con frecuencia notable en el sector público, se observa la presentación rutinaria de la solicitud de un empleado, o de una empleada, que en trances de contraer matrimonio, fundamenta el motivo de la licencia por causa de calamidad doméstica. Entra aquí semejante barbarismo cercano a la monstruosidad de identificar el matrimonio como calamidad doméstica. Lo será acaso de verdad para más de uno… Pero de esta circunstancia considerar la boda cual calamidad doméstica es otro cantar”. 

            Como ya he contado, pocas semanas antes de morir exhibía aún ante los suyos las nuevas papeletas que por tradición usaban los académicos de aquí y de allá para sus apuntes léxicos, antes de atreverse con la memoria computacional. Fueron los suyos, años de apasionada lectura de diccionarios, glosarios y léxicos, de observación y escucha curiosa de cuanto tratado, monografía o artículo, de cuanto filme caía en sus manos: No basta la lectura de la bibliografía que completa su obra cumbre,  para que tengamos idea del innumerable material con que alimentó su vocación…

            Siempre surgían en la conversación el recuerdo, la anécdota, la evocación de personajes y sucesos cuencanos, de reflexiones e historias de un pasado  distante en tiempo,  pero gratamente común, y no puedo dejar de repetir lo que yo misma narraba en alguna presentación de su texto imprescindible: “Sus comentarios siempre oportunos eran tan cercanos en estilo y color a aquellos que podemos leer en cualquier página de esta nueva edición [la de 2008] del Diccionario de ecuatorianismos, hasta hoy el más numeroso e importante recuento lexicográfico del habla del Ecuador, que yo sugiero a todos su lectura como una amable y versátil conversación sobre nosotros mismos”. 

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