La campaña electoral
Compartir

La crisis política ya es innegable. Sin embargo, reconocer los detalles de sus causas puede dar luces sobre las soluciones. El ejercicio de la ciudadanía es primordial para dar con las salidas. En este análisis tiene, usted, un diagnóstico exhaustivo de la coyuntura.

Las elecciones están lejos, pero los candidatos se acercan. Uno ya se lanzó, otro está considerando si debe lanzarse, otro amenaza con hacerlo. Después veremos también a los figurantes de toda campaña electoral, posiblemente en tropel. En el país existen ocho partidos políticos nacionales y 15 movimientos políticos nacionales, de un total de 279 grupos políticos aprobados. Solo un partido y cuatro movimientos superaron el 5% de la votación en las últimas elecciones. Estos datos indican la dispersión del voto y la ausencia de ideologías y programas. Desde hace tiempo se vota por personas y no por programas, y menos por partidos.
Explicaciones de la crisis política
Hemos llegado a un grado de indiferencia política y desconfianza electoral por las malas experiencias del pasado. La desconfianza en los procesos electorales ha sido alimentada por cuestionamientos a los resultados electorales, dineros oscuros o al menos no declarados en la financiación de las campañas, padrones electorales que no se depuran a pesar de las promesas y lentitud sospechosa en la entrega de resultados. A estos males se suman la crisis de los partidos políticos, la evaporación de las ideologías, la presentación de aventureros y vanidosos como candidatos y la trashumancia de los políticos elegidos que cambian de un lugar a otro en busca de mejores condiciones. En las democracias maduras, los políticos que ya no creen en su partido se van, pero renunciando a su curul pues se entiende que fueron elegidos en la lista del partido para representar a sus votantes defendiendo el programa y las ideas del partido. Aquí los tránsfugas forman grupo aparte con el calificativo decente de independientes.
Hay explicaciones adicionales para la crisis política. La corrupción y la inoperancia de los gobiernos obligan a los electores a utilizar el voto como castigo. El imperio de las encuestas como instrumento político ha hecho creer a los candidatos que basta con saber, mediante las mediciones, qué quieren los ciudadanos para hacer las ofertas electorales y asegurar la victoria. Los estrategas y asesores políticos profesionales, se atribuyen las victorias pero nunca asumen los errores, siempre encuentran vanidosos que pagan para que los estudios les vean presidenciables.
El problema es de la civilización
Los anteriores son síntomas superficiales de problemas más profundos que están en las sociedades y las culturas; en nuestra civilización. En 1930 escribió José Ortega y Gasset su obra famosa ‘La rebelión de las masas’ en la que explica con claridad de visionario lo que comenzaba a ocurrir en el mundo occidental. Las aglomeraciones que vemos en las ciudades no son un problema numérico, es el hombre común que ha decidido tomar el lugar de las minorías para imponer en todo y en todas partes su voluntad, su mal gusto. Es interesante lo que dice de la política porque es lo que estamos presenciando: “Es falso interpretar las situaciones nuevas como si la masa se hubiese cansado de la política y encargase a personas especiales su ejercicio. Todo lo contrario. Eso era lo que antes acontecía, eso era la democracia liberal. La masa presumía que, al fin y al cabo, con todos sus defectos y lacras, las minorías de los políticos entendían un poco más de los problemas públicos que ella. Ahora, en cambio, cree la masa que tiene derecho a imponer y dar vigor de ley a sus tópicos de café. Yo dudo que haya habido otras épocas de la historia en que la muchedumbre llegase a gobernar tan directamente como en nuestro tiempo”.
El hombre, dice Ortega y Gasset, solía tener creencias, tradiciones, experiencias, hábitos mentales, pero no “ideas”, no se le ocurría cuestionar las ideas de los políticos, aportaba o retiraba su adhesión pero no oponía las ideas del político a las suyas propias. Ya no necesita escuchar, señala, ciego y sordo impone sus “opiniones”.
El filósofo español caracteriza al hombre-masa como el señorito satisfecho, el niño mimado que se comporta como heredero; la herencia es ahora la civilización, las comodidades, los derechos y la democracia directa. “Se encuentra rodeado de instrumentos prodigiosos, de medicinas benéficas, de Estados previsores, de derechos cómodos. Ignora, en cambio, lo difícil que es inventar esas medicinas e instrumentos y asegurar para el futuro su producción; no advierte lo inestable que es la organización del Estado, y apenas si siente dentro de sí obligaciones”.
El problema es la desaparición del homo sapiens
Setenta años más tarde, el italiano Giovanni Sartori nos dio otra clave más preocupante: la involución de la especie humana hasta convertir al homo sapiens en homo videns, un ser que ha perdido la capacidad de abstracción y se convierte en un consumidor pasivo de imágenes, vive en el mundo de las emociones y las sensaciones, despojado de la capacidad de razonar.
Sartori atribuye esta involución al advenimiento de la televisión y la tiranía de la imagen. La autoridad de la imagen se impone sobre cualquier otra autoridad porque lo que se ve se cree, parece real y, por tanto verdadero. Las consecuencias para la política y la democracia son demoledoras.
Igual que la televisión, la política se somete a la tiranía de la audiencia o del electorado. Para asegurar públicos hay que hablar lo que el público quiere oír y para averiguarlo hay un instrumento de moda: las encuestas de opinión. Pero resulta que la televisión, según Sartori, manipula a las audiencias y recoge como opinión pública su propia opinión. Ocurre lo mismo con la política porque el populismo manipula las masas, le dicta, mediante la propaganda, lo que debe pensar y el político habla a nombre del pueblo y suplanta al pueblo.
Los interrogantes planteados por Ortega y Gaset y por Sartori solo han empeorado con la invasión del internet. Todo se ha incrementado en cantidad y velocidad y los efectos para la democracia han sido funestos. Las redes sociales han convertido a todos en generadores de opiniones que no requieren de pruebas ni de conocimientos porque la opinión no se basa en el conocimiento científico sino en meras convicciones personales que, mientras menos fundamentadas, se hacen más contagiosas. Las dificultades que tratamos de resolver para mejorar la práctica democrática vienen gestándose desde tiempo atrás con la masificación, la globalización, y los cambios profundos en las sociedades y en la conducta humana.
Las soluciones no serán fáciles, vista la profundidad del embrollo. No es imaginable la corrección de los males de la democracia en el corto plazo porque las soluciones tienen que ver con la educación en democracia y en valores; con la participación ciudadana en organización social; con la restauración de los partidos políticos; con resultados tangibles en la lucha contra la corrupción y con la tecnología que puede permitir la transparencia en todas las instancias de gobierno.