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El tropiezo del Presidente millennial

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Visto de cerca, el presidente Nayib Bukele está lleno de contradicciones. Lea este análisis exclusivo sobre uno de los mandatarios más polémicos de América Latina.

Foto: Gobierno de El Salvador

En el 2019, cuando Nayib Bukele ganó las elecciones en El Salvador, se convirtió en uno de los presidentes más jóvenes y populares del continente. Su triunfo en ese país centroamericano puso fin a 30 años de gobierno de dos partidos políticos que se forjaron durante la guerra fría, dos partidos cuestionados por prácticas corruptas que leyeron mal la nueva dinámica política. “El Salvador ha pasado la página de la posguerra”, dijo Bukele, tras su aplastante victoria.

Así, con altos niveles de popularidad, el publicista Bukele tomó las riendas y comenzó a gestionar el gobierno al estilo millennial. Una de sus primeras órdenes, a través de su cuenta en Twitter, fue obligar a la Fuerza Armada que removiera el nombre de Domingo Monterrosa de una instalación militar. Un tema polémico para buena parte de la sociedad salvadoreña. Monterrosa fue un coronel que a inicios de la guerra civil (1981) dirigió la masacre más grande de América Latina: 978 personas asesinadas por el Ejército. En un día, Bukele hizo lo que dos gobiernos de izquierda no se atrevieron a hacer durante 10 años: borrar el nombre de Monterrosa de una pared militar.

En los siguientes días, Bukele siguió usando las redes sociales para construir su imagen de lo nuevo contra la obsoleto. “Oficialmente soy el presidente más cool del mundo”, escribió en su cuenta de Twitter el 6 de junio de 2019, cuando los medios de comunicación y youtubers informaban sobre una serie de despedidos por nepotismo. Luego, en septiembre de 2019,  durante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) se tomó una selfie durante su discurso. Un discurso centrado en decir que el formato de ese foro es obsoleto.

El discurso de Bukele es aplaudido en El Salvador y en el extranjero. Una vez, durante una cobertura de prensa en Guatemala, dos hombres se acercaron a un equipo de periodistas de El Faro para felicitarlos por tener un presidente como Bukele. Sin embargo, visto de cerca, el presidente salvadoreño es un manojo de contradicciones. Él ha tomado una serie de decisiones que se parecen a lo que tanto ha criticado (su gabinete, por ejemplo, está formado por sus familiares, socios y afiliados a su partido, Nuevas Ideas).

Su estrategia de vender lo nuevo contra lo viejo sufrió un golpe inesperado la tarde del domingo 9 de febrero de 2019. El presidente cool tropezó, se golpeó a sí mismo. Ese día, de la mano de una decena de soldados y policías invadió la Asamblea Legislativa porque los diputados no le han aprobado un préstamo de USD 109 millones con el Banco Centroamericano de Integración Económica. Bukele alega que necesita ese dinero para comprar drones, helicópteros, un buque, chalecos antibalas y patrullas para los policías y soldados.

Bukele recibió un país con una epidemia de homicidios: 8,8 diarios. El gobierno anunció el Plan Control Territorial que ha conseguido resultados sorprendentes: el promedio bajó a 3,2. El Presidente pidió más dinero, pero los diputados alegan que necesitan discutir más su aprobación. Entonces, el 6 de febrero de 2019, el Consejo de Ministros que dirige Bukele convocó a los diputados a una sesión extraordinaria. En un tuit, además, escribió que si los diputados desobedecían, el pueblo tenía derecho a la insurrección.

La tarde del domingo, decenas de personas llegaron a la Asamblea Legislativa: ¡insurrección!, gritaban algunos. El Mandatario se dirigió a sus seguidores, pidió permiso para entrar al Salón Azul, el lugar donde sesionan los diputados, el cual estaba militarizado. Bukele se sentó en la silla del presidente legislativo, oró y se retiró sin decir una sola palabra.

Afuera, sus seguidores le esperaban. “El pueblo salvadoreño lo sabe, nuestros adversarios lo saben, la comunidad internacional lo sabe, nuestra Fuerza Armada lo sabe, nuestra Policía lo sabe, todos los poderes fácticos del país lo saben: si quisiéramos apretar el botón, solo apretamos el botón. Pero yo le pregunté a Dios y Dios me dijo: paciencia, paciencia”, dijo Bukele, quien dio un plazo de una semana para que los diputados le aprobaran los fondos.

Pero los cálculos políticos del Presidente millennial fallaron. Uno de los aliados más importantes del gobierno, la Embajada de los Estados Unidos, condenó la presencia militar en el edificio legislativo. Luego, la Asamblea Legislativa le respondió no como un abanico de cinco partidos políticos y un diputado independiente sino como otro órgano del Estado. La ocupación militar es repudiable, pone en riesgo los 28 años de democracia que siguieron al fin de la guerra.

El tropiezo político del presidente Bukele terminó de consumarse con una resolución de la Sala de lo Constitucional, el máximo tribunal de justicia salvadoreña. Los cinco magistrados ordenaron congelar la orden ministerial que pretendía acelerar la aprobación de un préstamo. Y ordenaron a la Fuerza Armada y a la Policía evitar tareas que no le competen como tomarse las instalaciones de otro órgano del Estado. Bukele obedecerá la orden. Al menos, eso informó Casa Presidencial en un comunicado: “acataremos la orden de la Sala de lo Constitucional”. La tensión por la toma militar de la Asamblea Legislativa ha bajado. Sin embargo, la fotografía de los soldados y policías armados en el recinto legislativo será, en los próximos meses, más recordada que la selfie en la ONU.

El Salvador celebrará elecciones municipales y legislativas en febrero de 2021, en las cuales participará por primera vez el partido de Bukele. La crisis política, que dejó fotografías que rememoran a la guerra salvadoreña, le han dado un respiro a partidos políticos que parecían caminar hacia la tumba electoral. “Era una estrategia para desgastar a los dinosaurios (partidos tradicionales)”, me dijo una fuente de gobierno. Pero al parecer algo falló en la estrategia del Presidente millennial.

  • Periodista salvadoreño. Colabora en el portal El Faro, de El Salvador. En 2013 ganó el Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación.
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