Farra en Cotocollao
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La nueva cotidianidad hace que las personas revelen lo que es importante para ellas. En esta crónica descubra lo que pasa en este sector del norte de Quito.

Domingo a media noche, día de la madre, revisaba las columnas periodísticas de mis estudiantes. Cuando escucho gritos en el barrio, paro la oreja y reconozco que el escándalo es por una fiesta.
Primero siento indignación, pienso en los riesgos de una persona asintomática y termine todo el barrio contagiado; luego envidia, me pican los pies por bailar una cumbia colombiana con una colombiana. Subo a la terraza cuando escucho la sirena de la policía, escucho voces de niños, mujeres que ríen. El sonido disminuye y la patrulla se retira. Es casi la una en Cotocollao.
El sábado siguiente, en una cálida mañana cotocollaense: Comienza la incruenta guerra de parlantes, abro las ventanas, enciendo el cine en casa, aplico mi lista de YouTube; mi humilde aporte a la educación musical del barrio y un ejercicio de queja contra los vallenatos y el reguetón de farmacia de un vecino y mi complicidad con la excelente selección de salsa y son cubano del otro vecino.
Comienzo con Ho, el grupo de rock tibetano que compartió Andrés, mi sobrino político; sigo con Elvana Gjata, la cantante albanesa; retrocedo en la historia con California Dreamin de The mamas and the papas; cruzo el Atlántico para escuchar a Los Chunguitos con su rumba gitana, espectacular; paso al cover de Fallin al mando de la voz de aserradero de Nicola Cavallaro y con un salto brutal pongo los Buscadores de Perlas de Bizet, en concreto Je crois entendre encore.
¡Ay! Delicioso, luego de una hora de agotador boxeo musical, finalmente se impone la sierra circular de un caballo de fuerza, otro de mis vecinos que tiene su taller de carpintería en una habitación del segundo piso, no pregunten cómo. Sin duda, en mi barrio hay democracia musical, un poco escandalosa pero democracia al fin.
Algunos políticos y académicos, o las dos cosas, esperan que los sectores populares desarrollen una consciencia crítica que dé al traste con el sistema capitalista, pero aquí en Cotocollao la gente quiere su Smart Tv, sus parlantes tamaño buque de guerra, su parrillero para las reuniones familiares y celulares de última generación.
¿Arribismo? ¿Consumismo destructor del planeta?
No, la lógica de lo popular transita entre tener y no tener; en la búsqueda de la vida en la venta del día, con dos o más trabajos cuando hay; en la fiesta como escape a la incertidumbre. ¿Preocuparse por el planeta? Claro que sí, pero hay que pagar las cuentas, los préstamos, cuidar a la abuela, la suegra, no queda tiempo para leer novelas o libros científicos. Pero sí se lee, en el celular, de todo un poco.
Hasta los chinos descubrieron que alimentar a millones sin tecnología y competitividad es imposible. Bueno y aquí en Cotocollao la gente no quiere la “revolución socialista de octubre”, tampoco acabar el planeta con este irracional capitalismo; pero no se confundan señores políticos y académicos, los avances del capitalismo sí son buenos: la televisión por cable, los celulares inteligentes, ropa económica de calidad, medicina, cursos gratuitos por Internet; incluso, ahora, es ciencia y tecnología que se desarrolla en una economía de mercado, la que compite por la cura del virus, cosas buenas, cosas malas.
En Cotocollao no queremos la igualdad, demandamos la equidad y el acceso. Si nos dan un buen sistema de transporte público, aunque sea ciclomotos las utilizaremos; si organizan un sistema de reciclaje eficiente distribuiremos la basura; está bien, quizá necesitemos al principio algunas multas, pero aprenderemos.
Necesitamos un sistema de salud amigable, honesto y responsable; donde tengamos la oportunidad de vivir si caemos contagiados o morir con dignidad y no en medio de la calle.
En mi barrio, la gente se da besos con mascarilla, sale a comprar con toda la familia, el gas pasa de lunes a domingo, narcos y ladrones se pasean por la 25 de mayo como en su casa, quizá por eso la corrupción aunque nos indigna y duele no es la prioridad, primero sobrevivir compadre.
Si tienen dinero para las farras tienen dinero para comer es lo que seguramente está pensando el lector; pero la farra es justamente para olvidar que no tenemos dinero, “obvio”.