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El Quito imposible y maravilloso

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La pandemia desnuda a la Capital del Ecuador. Criterios recorrió la ciudad. 

Fotos: Gianna Benalcázar - CCQ
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Mientras muchos buscan culpables del desastre, ocupan su tiempo en mantenerse cuerdos, lidian a diario con la tecnología, la mala conexión de internet, o simplemente matan el tiempo en sus hogares… afuera un fuego invisible consume Quito. 

Otros deben salir a las calles. Porque simplemente deben hacerlo. Deambulan en medio de las brasas de ese mal que ahora atormenta a los humanos. Son unas que no se ven pero que se sienten.

Son personas que desafían a la prueba de fuego de quedarse en casa, tranquilos. Tientan al enemigo invisible que ahora está en boca de todos. El virus Covid-19 que ya lleva más de un millón de enfermos en el mundo. Más de 3000 en el país.

Los transeúntes de la capital intentan hacer frente a las necesidades. Algunos desde las más básicas, como comprar víveres para sobrellevar el aislamiento, cargar gasolina, asistir a familiares, entregar pedidos. La mayoría tiene protecciones. Guantes, mascarilla. 

Pero hay otros que deben enfrentarse a dos infiernos. Son los indigentes, los comerciantes informales de baratijas, esos que querían sacarlos del Centro. Ellos, alejados de los sesudos debates de las redes sociales, de las asfixiantes cadenas gubernamentales, tienen la necesidad de obtener recursos a diario. Sin plata fresca no pueden llevar comida a su mesa. Son los desempleados de las cifras oficiales. Los que no cuentan con protecciones para el enemigo intangible. 

Algunos, además, deben enfrentarse a sus propios infiernos. Como el anciano que caminaba por la calle Rocafuerte, en el Centro. Juan Valero de 65 años. Fue un mal padre. Va solo. Vendiendo perros de juguete que caben en su mano. A un dólar. No puede regresar a su provincia, Los Ríos. Esta solo por sus malas acciones, reconoce. Sus únicos benefactores son los médicos del Centro de Salud cercano que le entregan medicina para calmar el constante dolor de cabeza. Es un anciano derrotado que suelta lágrimas.

Otros, en la avenida 24 de Mayo, se enfrentan a sus adicciones. Pese a las advertencias médicas y el ir y venir de gente con mascarillas, andan con la nariz al aire y buscan drogas. Y las consiguen. Los paquetitos están escondidos entre las ropas de las vendedoras, entre las rejas. El virus parece que no existió nunca para esos seres flacos y ojerosos.

Regresar la vista a Quito en este tiempo de confinamiento, crisis sanitaria, crisis económica, crisis política, es revivir esos cuentos setenteros sobre esa Capital oscura. Que reta a la mortalidad.

Unos más afortunados solo tienen el hambre normal del mediodía. Y caminan en ese Quito, de 239 contagiados, para una hamburguesa. Un motorista venezolano los mira agolpados en la puerta de uno de esos locales de comida rápida. No los entiende, dice. Si sale para trabajar, exponiéndose a un contagio, es para que la gente no salga de sus casas, reflexiona. Y mira fijamente al grupo de hambrientos. No los entiende.

En el norte, frente a las puertas del parqueadero del Hospital Pablo Arturo Suárez, la casa de salud que se dedicará por completo a tratar los pacientes por Covid-19, aguarda un carro fúnebre. El chofer viste de traje blanco de bioseguridad, guantes, mascarilla.

Sí. Lo malo de nosotros aparece. Pero también lo maravilloso de esta ciudad. Gente que atiende en sus tiendas de barrio. Que rocía alcohol a los billetes y monedas. Que no permite el paso dentro del local, pero que vende de todo. La casera del mercado. El policía, el agente municipal, el trabajador social de calle que atiende con esmero en los albergues municipales; el militar que con ese tono de padre advierte a los desobedientes, rebeldes sin causa, que no cumplen con el toque de queda.

El personal médico que, pese a la ansiedad por el infierno del virus, sigue en pie en casas de salud. Los maestros y alumnos que pelean a diario con sus aparatos lentos y con mal internet, para continuar aprendiendo. Los trabajadores y empresarios que buscan cómo sobrevivir y ayudar. Los laboratoristas que deben dar la noticia si el paciente es positivo para Covid-19. Los colegas que salen a las calles a mostrar lo que en verdad pasa. Los que se quedan en casa.

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