El humor hace el mundo llevadero
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Ahora que nos asalta la desgracia, en que la pandemia nos recuerda que somos mortales, necesitamos del humor para afirmarnos en la vida. Lea esta reflexión.

El planeta entero está con cara larga a causa del coronavirus. El encierro forzado resulta insoportable cuando no se tiene nada que hacer y todos se ponen malhumorados. Cuando de chicos nos prohibían salir y nos poníamos encrespados mi madre solía decir: tranquilízate que vas a morir como el chirote. Decían que el chirote era un pájaro que no soportaba la jaula, se negaba a comer y se daba contra las paredes hasta morir. Por eso es importante el humor, para hacer llevadera la vida.
Ahora estamos así; para sobrevivir hay quien pide prestado el perro a la vecina para que el perro le pasee por el barrio. Antes se veía al perro feliz, batiendo la cola, y el dueño con cara larga haciendo el paseo más corto posible. Ahora el amo va feliz y el perro es el mosqueado y el que camina de mala gana porque ya va por la tercera vuelta. Un diario español cuenta de un vecino de Toledo que decidió disfrazarse de perro para incumplir la orden de confinamiento. En la foto, tomada de lejos parece un caniche grande mientras pasea orondo con su melena y en cuatro patas. A algunos vecinos les hizo gracia, pero hubo señoras, muy indignadas, que llenaron las redes de comentarios sobre la falta de gracia y sobra de irresponsabilidad.
El humor puede ser, entre otras cosas, un antídoto para las cadenas nacionales que nos tienen sobrecogidos a quienes no las necesitamos porque estamos en casa. Los que deberían oírlas, no están en casa, están peleando en los mercados, haciendo colas en alguna parte, infectando a alguien o infectándose… y paseando al perro.
Un ecuatoriano que vive en Los Ángeles dice que todos los chistes tienen algo de verdad y cuenta que un amigo le llamó para decirle que ha tenido que quedarse en casa y conversar por horas con su mujer y encuentra que ha sido una señora simpática y agradable.
Nuestro gobierno asusta con sus cadenas y su desfile de figurantes adelantándose y corrigiéndose unos a otros. Hay otros gobiernos que encarnan al mismo tiempo la seriedad y la burla. El gobierno mexicano pide a la población que se quede en casa y ordena el cierre de cines, iglesias y lugares de concentración, pero nadie puede encerrar al viejito populista que gobierna y anda de pueblo en pueblo dando la mano, repartiendo besos y abrazos y participando en ceremonias en las que le hacen limpias y le coronan con panes y metales. Él no cree en la pandemia igual que el jubilado de Guayaquil que hacía cola para cobrar su pensión y decía que no cree en el coronavirus.
Una de las caricaturas de prensa más expresivas, publicadas en El Heraldo de Colombia, pinta a un trabajador de Sanidad fumigando el discurso de un político. Si el virus de la pandemia se transmite con las minúsculas gotas que salpican al estornudar, toser o hablar, cabe presumir que será peor al gritar y, en consecuencia, los políticos pueden ser agentes de contagio. Entre las medidas deberían incluir la cuarentena de silencio a los políticos o desinfectar los discursos.
Una de las desgracias de nuestra civilización es que estamos perdiendo el sentido del humor. Es la civilización del bienestar, somos felices porque tenemos todo hasta el punto de soñar ya en la inmortalidad. Nos volvemos entonces como niños, según decía Freud: “La infancia es la época en que no tenemos necesidad del humor para ser felices en la vida”. Ahora que nos asalta la desgracia, en que la pandemia nos recuerda que somos mortales, necesitamos del humor para afirmarnos en la vida. El humor consiste también en desacralizar al poder; cuando nos burlamos del poderoso, le bajamos de su pedestal. El poder supremo, el enemigo invencible es la muerte; al reírnos de ella nos hacemos la ilusión de derrotar a la muerte.