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Ecuatorianismos: La evocación del académico Carlos Joaquín Córdova. Parte 6

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La Directora de la Academia Ecuatoriana de la Lengua elabora un amplio análisis sobre el diccionario que se acerca a las raíces más íntimas de nuestra forma de hablar, elaborado por el lexicógrafo más reconocido del Ecuador. Esta es la sexta parte.

Foto: Flickr Tren Ecuador

Y a manera de comentario sobre la vivencia cotidiana de Carlos Joaquín Córdova, relativa a la lengua, repito aquí una vieja anécdota, ya reproducida por mí, y   publicada originalmente en un artículo de su hijo Pablo Córdova  en un ejemplar de la revista Diners sobre su ilustre padre:  “En una ocasión explicaba a sus nietos el significado de la frase a toda pala. Para asegurarse de cumplir su objetivo, dio primero una pequeña conferencia relacionada al funcionamiento del tren a vapor. Lo hizo con suficiente solvencia porque él mismo en su juventud trabajó un breve lapso en el ramal del ferrocarril en la ruta de Riobamba a Sibambe. Luego de la introducción fue a la plena: [Pablo escribe este ‘a la plena’ en cursiva, como quien señala una nueva expresión para el cuarto volumen de El habla del Ecuador que Carlos Joaquín dejó prácticamente preparado] la leña y el carbón que echaba el fogonero en la caldera de la locomotora, atendiendo las órdenes del maquinista, resultó ser la génesis de la frase “a toda pala” para significar “a toda velocidad”, puesto que mientras más paladas de carbón arrojase el fogonero en la caldera, mayor presión obtendría el vapor de la locomotora y aquella fuerza podía transferirse a la máquina, a fin de acelerar la marcha”.

       Este es un ejemplo más,  evocado por los suyos, de la forma en que nuestro exdirector fusionaba obra y vida. Y antes de terminar esta ya larga y quizás demasiado ‘saltada’ referencia,  traigo a ustedes dos textos esenciales: El primero, la necrológica ‘In memoriam’ publicada en el diario español El País por don Pedro Calvo-Sotelo, diplomático español,  exconsejero cultural en Ecuador, el 26 de diciembre de 2011: 

Carlos Joaquín Córdova, zahorí de ecuatorianismos

            Ha muerto Carlos Joaquín Córdova, el 19 de diciembre de este año [2011], en Quito, a los 97 de edad. Se ajusta su biografía a aquel verso de Lope «mi vida son mis libros, mis acciones». Sus libros fueron esencialmente uno,  El habla del Ecuador, el más completo diccionario de ecuatorianismos, en tres gruesos volúmenes, con papeletas listas para un cuarto, pero también Un millar de anglicismos, otro modelo de fina sensibilidad lingüística y de humor. Sus acciones, las de un docto lexicógrafo que fue miembro y director durante lustros de la segunda Academia correspondiente de la Española, la ecuatoriana, y en su nombre recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, en 2000, junto a las demás. Quien quiera puede ver en la Red su figura patricia y la humildad contenta de su despacho quiteño -que semeja al de cualquier filólogo español- donde se dieron la mano la factura de esos libros y la responsabilidad del académico: lleno de publicaciones de la colección Gredos y del CSIC entre otras muchas ecuatorianas.

            Esa benemérita labor de años fue en su inicio, para los españoles, obra esencialmente académica. Pero, desde hace una década, es ya una referencia viva y actual en España: los ecuatorianismos circulan en todas nuestras plazas, como la yuca en los mercados o la devoción a Nuestra Señora del Quinche en las procesiones. La suerte es que Carlos Joaquín Córdova pertenece a la estirpe de Covarrubias y ello significa que cada una de sus papeletas es un ejercicio de precisión lingüística, conocimiento histórico, intuición sociológica y nervio humorístico: «Este barbarismo de curiales forenses ha prendido como tachuela en el lenguaje de las piezas procesales. El segundón de algún juzgado la puso en marcha trayendo el término de la palabra perito y tuvo buen éxito su descuido, y buen éxito en una mala causa», dice, valga el ejemplo, de la voz «perital». Pero una ojeada a su gran diccionario debería comenzar por la voz «cuencano», para honrar así a la ciudad donde nació en 1914. Entre perlas como esta, «Domingo chiquito: el día lunes en que ciertos alcohólicos continúan la bebida y se ausentan del trabajo», encontramos voces donde describe, con agudeza de quilico, la suerte de los españoles en los tiempos de la independencia (godo), la convivencia compleja del criollo y del mestizo con el indio (rosca) o la animosidad entre liberales y conservadores ecuatorianos (curuchupa). Viene al caso añadir que fue Córdova un caballero liberal, varias veces viceministro. Cercano a los noventa, pasó en Madrid una buena temporada, enriqueciendo con ecuatorianismos el diccionario de la Real Academia Española, y aquí sufrió un infarto: su última estancia entre nosotros transcurrió en el hospital Marañón, donde ingresó a pie el anciano animoso por el cuidado de una mano amiga y allí compartió habitación con un viejo pastor de la sierra de Canencia. El día en que recibió el alta, repuesto también del tuteo sin rodeos de las enfermeras, ambos se despidieron en lágrimas; el gran filólogo doliente había conversado cientos de horas con alguien que hablaba pura castilla y, junto a la amistad, regresó a Quito – «pude haber vuelto en un estuche», me escribió- con apuntes preciosos para dar fe, como su notario mayor, de otros ecuatorianismos, gracias al cotejo con la fuente primera del español.

            Me apena no tocar otros aportes suyos, no referirme más pormenorizadamente a su amor por todas las lenguas, a su Un millar de anglicismos, o a detalles de su amenísima conversación… Y aquí, con su amable comprensión, lector, vaya este texto que no puedo asegurar si fue escrito por mí o si lo pronunció don Jorge Salvador Lara en la presentación de 2008 a que aludí; en cualquier caso, creo profundamente en ellas: “Cuando oigo a tantos, en serio o en broma, ironizar sobre los académicos a quienes aplican el manido estereotipo de puristas intratables, jueces incesantes de  las deficiencias del habla de los demás desde un púlpito del que no descienden, inagotables y maniáticos registradores de términos difíciles, alejados de la vida concreta,  tengo ganas de llevarles este libro; de mostrarles que contiene una lengua viva, útil, que pertenece a todos. Que el humor, y a veces el leve sarcasmo, nunca ofensivos, no desdicen de su erudición y que es, además, útil para llegar a nosotros mismos, para aprender a mirarnos y reconocernos”.

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