Escribe para buscar

Debate Portada

Odios y venganzas: así el clan Asad ha dominado Siria

Compartir

Análisis «para principiantes» sobre la política en algunos países poco conocidos, como es el caso de Siria, un país del Medio Oriente que ha sido gobernado por más de medio siglo por la dinastía Assad.

Siria
Foto: Antonio Marín Segovia – Flickr

Aunque la de Siria es una guerra de la que poco se habla, pese a que ha durado más de doce años, es un conflicto que trata sobre las disputas entre varios países del mundo, incluidos EE. UU., Rusia y Turquía, con rebeldes que quieren derrocar al presidente Assad desde inicios de la primavera árabe y el denominado Ejército Islámico (ISIS), que desataron una guerra sin cuartel donde fueron destruidos algunos vestigios de los orígenes de la civilización. ¿Y la comunidad internacional qué hace? Poco, porque hoy en día el tema es la invasión rusa Ucrania, en donde Rusia, la Unión Europea y EE. UU. se juegan otros intereses.

Siria tiene yacimientos marginales de petróleo pero no riquezas minerales. Es un lugar estratégico: en su territorio está el estrecho de Ormuz, paso marítimo fundamental para que salgan desde Medio Oriente barcos llenos del petróleo y gas natural extraídos de otros países de la región, exportados hacia países occidentales. Ormuz es y ha sido la puerta de entrada y salida de Oriente a Occidente. Pocas veces una franja de mar tan pequeña ha tenido tanta importancia. El estrecho es un canal de apenas 33 kilómetros de agua que separa dos orillas: la de Irán y los Emiratos Árabes Unidos, la de golfo de Omán y el golfo Pérsico. Ganó importancia con el desarrollo de la industria petrolera a su alrededor.

La importancia de este estrecho reside en la carga de los barcos que lo cruzan. Los petroleros que navegan por sus aguas llevan en sus bodegas uno de cada cinco barriles de petróleo del mundo. Cargan sus bodegas en Emiratos Árabes y los distribuyen por todo el mundo. Si se cerrase, subiría el precio y pondría en serios apuros a la economía mundial, sostienen los expertos.

Siria, país limítrofe de Omán, Emiratos Árabes Unidos, Líbano, Irak, Jordania y Turquía y muy cercano de Irán, es un escenario donde se juegan importantes intereses estratégicos y geopolíticos de la región. Por siete décadas lo gobierna con mano de hierro una dinastía familiar que, por lo que se puede analizar, difícilmente dejará el poder, pese a la cruenta guerra civil que se produjo en los últimos años y en donde, gracias a los intereses de la Rusia de Putin, la familia Assad sigue gobernando.

Los Assad mantienen el control de uno de los países más importantes de Medio Oriente. Su exponente más conocido, el presidente Bashar Assad, pese a haber vencido en la guerra civil, corre el riesgo de perder la paz. Es la historia de un presidente que no debía serlo y un clan atravesado por odios, venganzas, intrigas, asesinatos y negocios turbulentos. Pero, sobre todo, es la historia de una familia que mantiene el poder más de medio siglo y que un día no muy lejano, puede ser obligada a ceder el cetro del poder.

“Bienvenido a la casa de Assad, bienvenido a Damasco, bienvenido a Siria, teatro de una de las peores carnicerías de esta época”: parece el título de una serie de Netflix, pero no lo es. Para entender lo que ha sucedido en este país hay que seguirle la pista al árbol genealógico de este clan.

Todo comienza con Sulayman al-Wahhish, un alawita de las montañas sirias septentrionales en la aldea de Qardaha, gobernación de Latakia. Su apeliido no era Assad, sino Wahhish, que en árabe significa “la bestia”. De Sulayman no hay huellas en las polvorientas calles sirias hasta 1936 cuando, según el historiador estadounidense Daniel Pipe, escribió una carta dirigida al primer ministro francés Léon Blum, en la que suplicaba a los franceses no abandonar su mandato en Siria y mantener la gobernación alawita independiente del resto del país.   

Era un pedido sensato, desde su punto de vista, si se piensa que pocos años antes los alawitas, minoría musulmana considerada por la mayor parte de sunitas como herejes o infieles, habían sido perseguidos por siglos hasta 1919, inicio del protectorado francés.

Como con cada clan que se recuerde, más que con cartas y regalos, son las armas y la sangre las que determinaron el curso de su historia. Tras el estallido de la primera guerra mundial, el gobernador otomano de Alepho envió tropas al área de Latakia para recaudar impuestos y reclutar milicias. Fue la ocasión que Sulayman esperaba: solo armado de sables y mosquetes antiguos, repelió a los soldados del gobernador. Fue mejor que las súplicas, para ganar prestigio, porque “la bestia” se ganó el respeto y cambió su apellido a Al Assad, el león.

Pero la fuerza, sobre todo en Medio Oriente, no basta para garantizar prosperidad y riqueza. Para ver a un Assad en el palacio presidencial tuvieron que esperar 70 años. El verdadero artífice fue Hafez -el padre-, nieto del león (o la “bestia”). Dos factores hicieron posible la hazaña. La primera es que Hafez se unió muy joven al partido Ba’th y la segunda es que, aunque tenía dinero para ir a la universidad, se inscribió en la academia militar y tomó contacto con la elite del país. Siendo alawita, partía con desventaja, pero representaba a una Siria laica que presionaba para tomar el poder en plena guerra fría. Por su arrojo y valentía fue enviado a entrenarse en la URSS.

Fue en 1966 cuando el Ba’th ejecutó un golpe de estado al interior del régimen, suprimió a otros partidos políticos de la coalición de gobierno y captó los cargos más importantes del gobierno. Hafez fue nombrado ministro de defensa. Desde esta posición, el descendiente del león, el 13 de noviembre de 1970, asestó el ataque final. Hafez, el padre, el hombre al que quizás se dedican la mayoría de los estudios sobre el Medio Oriente, se convirtió en presidente de Siria.

Para un alawita estar en la cima de un país con mayoría sunita no era fácil. Muchos conservadores del país consideraban a ésta como una secta herética y no estaban de acuerdo con ser gobernados por una minoría “no musulmana”. Además, Hafez era un laico que se había aliado con la URSS, país muy impopular entre los musulmanes luego de la ocupación militar de Afganistán en 1979.

A fines de los ’70, la discrepancia religiosa y la oposición de los moderados crecieron a tal punto de convencer a los opositores para unir sus fuerzas con los hermanos musulmanes. La mecha estaba encendida: a inicios de los ’80 una serie de atentados tiñó de sangre a Damasco, la capital.

El mismo presidente era un blanco de ataques y el 26 de junio de 1980, en una recepción de estado en honor del presidente de Malí, evitó una ráfaga de ametralladora y logró alejar con una patada una granada que le arrojaron. Todo mientras uno de sus guardias se inmolaba para reducir el impacto de la explosión de una segunda granada. Sobrevivió con leves heridas. Así, Hafez implementó una venganza rápida y despiadada: pocas horas después varios centenares de integristas islámicos fueron encarcelados y ejecutados.

Una dinastía en el poder

La tarea de limpiar esa vergüenza fue confiada a su hermano Rifaat, quien se ganó el apodo de “carnicero de Hama” que, como respuesta al atentado, arrastró a la prisión de Tadmur en Palmira a millares de opositores, en la misma cárcel en la que, treinta años más tarde, el sobrino Bashar encierra a opositores. El 2 de febrero de 1982, la población de Hama, de amplia mayoría sunita se levantó. En cuatro días fueron asesinados cerca de trescientos integrantes de Ba’th y militares de una unidad de paracaidistas enviada por el ejército. Las fuerzas armadas sirias, organizadas y guiadas por Rifaat respondieron con un duro asedio y un despiadado bombardeo de Hama por 27 días y barrieron un tercio de la ciudad.

Lo de carnicero no era solo un eufemismo. Rifaat, el hermano menor, no estaba allí solo para quedarse a la retaguardia y hacer el trabajo sucio del mayor. Dos años después, intentó un golpe contra Hafez, debilitado por un infarto. El león más joven quiso despedazar al mayor, pero no pudo. Se exilió y se llevó $ 300 millones a Francia, donde aún vive como magnate inmobiliario y ha sido procesado por malversación de fondos y evasión fiscal.

Obligado a cuidarse las espaldas, Hafez solo contaba con algunas personas. Entre ellos su hijo mayor, Basil, que ingresó al ejército muy joven, hizo carrera y llegó a ser jefe de la Guardia Republicana. Tras el infarto de su padre, lo acompañaba en apariciones públicas. Era el hijo que mejor entendía a su padre.

Basil, apodado por la prensa del régimen como «Caballero Dorado» por sus habilidades para montar, fue comparado por el exdirector de la CIA Michael Hayden con Sonny de El Padrino. Para Hafez “el jefe», el hijo era una garantía: mejor que Maher, demasiado proclive a la violencia, o Bashar considerado demasiado débil o peor aún el último, Majad, adicto a la heroína y con problemas psiquiátricos. Pero Basil, apasionado de los coches rápidos, sufrió en 1994 un accidente fatal que cambió el curso de la historia. Cada vez más débil, Hafez murió en 2000 de un ataque al corazón mientras hablaba por teléfono con el presidente libanés Émile Lahoud. Poco antes había llamado a Bashar a su casa.

Tras graduarse en medicina en la Universidad de Damasco en 1988, Bashar fue enviado al Reino Unido para especializarse en oftalmología. En un documental de la BBC “A Dangerous Dynasty” (Una Dinastía Peligrosa) un tutor británico contratado por la familia para enseñar inglés a Basil, recordaba que “una vez me encontré con Bashar cuando entraba en la casa pero no pude hacer contacto visual, él siempre mantuvo los ojos alicaídos”. No mostraba interés por la vida política ni tenía el carácter adecuado para el mando, cuando fue insertado en el ejército en el año 2000. Tras la muerte de su padre, asumió la presidencia, forzado por un cambio en la ley que, hasta entonces, impedía el ejercicio de cargos a menores de 35 años de edad.

Bashar El Assad toma el poder

“Gran parte de la familia estuvo asustada por su ascenso al poder. Nadie se sentía seguro”, explicaba Sam Dagher, periodista estadounidense y autor de “Assad or We Burn the Country: How One Family’s Lust for Power Destroyed Syria” (Assad o nosotros quemamos el país. Cómo una familia ambiciosa por el poder destruyó Siria), que vivió en Siria por años antes de ser detenido y expulsado. Y entraron en juego los Makhlouf.

Este apellido es de Anisa, la primera dama siria, esposa de Hafez, que creció en un entorno rural humilde y también es alawita. Tras la muerte de su marido, fue el verdadero centro del poder sirio y utilizó su influencia para fortalecer la posición de sus familiares y para controlar a Bashar. A Maher, el segundo favorito, se le asignó el control de unidades militares clave como la Guardia Republicana y el 42º Batallón que monitorea los pozos de petróleo en la provincia oriental de Deir Ezzor. Ella permitió que su hermano Muhammad Makhlouf y sus hijos Hafez, Ayyad y Rami se hagan cargo de los sectores más importantes de la economía siria.

En esos años Rami Makhlouf fundó y se convirtió en director ejecutivo de Syriatel, una de las dos empresas de telecomunicaciones en Siria que llegó a dominar el 70 % del mercado. A lo largo de los años, Makhlouf y su padre, Muhammad, construyeron un enorme imperio empresarial y activos que superan los $ 5.000 millones, mientras que Hafez y Ayyad Makhlouf dominarán el aparato de seguridad del Estado. Según Sam Dagher, los Makhlouf controlaron, de facto, a los Assad por al menos diez años.

Rami era el pariente más cercano del presidente (ayudante y consejero). Fue él quien le animó a disparar contra los manifestantes tras los disturbios de 2011 en la primavera árabe y a utilizar la imagen de su mujer Asma, bien vista en el extranjero para fortalecerse. La rosa del desierto, como la apodaba Vogue en una portada, era ante todo una exdirectiva capaz de gestionar cuentas y flujos financieros. Nacida en una familia de comerciantes sunitas de Homs y Damasco, siempre fue delicada y amable. Pero detrás de su aire de esposa entregada, había mucha ambición. Comenzó a trabajar en la oficina de Londres de Deutsche Bank como analista de fondos de cobertura, cubriendo clientes en el Lejano Oriente y Europa y trabajó en J.P. Morgan, hasta que se casaron en 2000.

Asma tenía una enemiga en la familia: Anisa, la madre de Bashar, que intentó por todos los medios limitar el papel público de la esposa de su hijo. «Antes de 2011, los censores del régimen ni siquiera nos permitían a los periodistas referirnos a Asma como la ‘primera dama'», dijo Iyad Aissa, un periodista de la oposición siria que ha escrito mucho sobre la familia Assad. «Se nos permitió describir a Asma solo como ‘la esposa del presidente’, a diferencia de Anisa, la madre de Bashar, que siguió siendo la primera dama incluso después de la muerte de Hafez».

Solo después de la muerte de Anisa, en febrero de 2016, Asma ahora de 46 años, vio brillar su estrella. «La aversión de Anisa Makhlouf por su nuera era un reflejo de su preocupación por la falta de apoyo de Bashar al-Assad entre la gente», subraya Dagher. De hecho, bajo el mando de Hafez, la atención y los servicios de salud estaban garantizados para la gente con un enfoque soviético. Pero desde 2000 las desigualdades sociales aumentaron. Especialmente tras el fin de la ocupación siria del Líbano en 2005, la crisis económica de 2008 y una serie de sequías desde 2009. La vida para el sirio medio se volvió insoportable: mientras familias como los Maklhouf y los Assad ganaban mucho dinero, la mayoría se moría de hambre.

En este sentido deben interpretarse los disturbios de 2011, que dieron lugar a la guerra civil en el país. Mientras el mundo iba conociendo a Bashar, que estuvo en la sombra, como un feroz “rais” que tortura a sus oponentes y lanza bombas de barril a su pueblo, Asma también jugaba un papel negativo en la historia: “yo soy el verdadero dictador”, se leía en uno de los correos hackeados por WikiLeaks en 2012.

La rosa del desierto se vuelve la “María Antonieta” de Siria. Su imagen de mujer cosmopolita y bienhechora se desvanece. Mientras su país es masacrado por las bombas, Asma se gastaba dinero en muebles, joyas, candelabros, alfombras y lámparas por miles de libras mientras la ONU contabilizaba miles de víctimas en el país. De los cables interceptados surgió el retrato de una mujer codiciosa y adicta a las compras al punto de no resistirse a un par de zapatos con cristales valorados en más de $ 6 mil.

Al comienzo del conflicto, los Assad todavía necesitaban a los Makhlouf. Desde un punto de vista financiero, Rami es quien manejaba los asuntos del presidente y la familia. Y así lo demuestran también los Panama Papers en los que surgieron tanto los nombres de Rami como el de Asma. Por las sanciones de la UE, Asma ya no puede ingresar a ningún estado de la Unión Europea, a excepción de Gran Bretaña, país del que conserva su ciudadanía, mientras que los Makhlouf fueron incluidos en la lista negra de EE. UU.

Con la guerra, el pastel de la especulación se redujo y estalló una disputa entre la primera dama, Bashar y los primos. En diciembre de 2019, justo cuando el estado sirio congelaba partes cada vez mayores de los activos de Rami con varios pretextos, los del tío paterno de Asma, Tarif al-Akhras, eran descongelados.

En septiembre de ese año, Asma y funcionarios leales que trabajaron en su red de ONG lanzaron una adquisición hostil contra una organización benéfica dirigida por Makhlouf a través de la cual se pagan los salarios del SNSP (Partido Nacionalista Sirio) y las milicias leales a Rami. En diciembre de 2019 y marzo de 2020, el régimen incautó activos de las compañías petroleras de Rami para pagar los déficits del presupuesto estatal sirio. Hasta que en mayo de ese año Bashar puso el cuchillo en la garganta de su primo y le pidió que salde sus deudas con Finanzas por más de 300 millones de euros.

Aunque ganó la guerra, Bashar el Assad hoy tiene dificultades. Moscú sigue presionando por su parte del pastel de reconstrucción de la posguerra y el aliado iraní en apuros económicos amenaza con dejar de apoyar militarmente al presidente. La disputa actual, por lo tanto, corre el riesgo de traer inestabilidad dentro de los grupos sociales más cercanos al régimen. De alguna manera, el surgimiento de estas divisiones dentro del gobierno son el resultado del avance del conflicto, aunque ha hecho poco probable el peligro de una victoria militar de la oposición.

A medida que el régimen continúe consolidando su posición frente a la oposición, pueden surgir más factores de inestabilidad interna, latentes en años anteriores para crear un frente único contra un enemigo común. Y las divisiones no deben subestimarse ya que, si Damasco y sus aliados las manejan mal, puede convertirse en un riesgo para la estabilidad e incluso la supervivencia de los actuales líderes sirios, no muy diferente a la amenaza de la oposición armada. Pero sobre todo los familiares, antes aliados y simpatizantes, parecen haberse vuelto contra la cúspide de la pirámide. Y Bashar, habiendo ganado la guerra, podría perder la paz.

Una guerra que parece olvidada

La guerra en Siria costó la vida a más de 613 mil personas y 2,1 millones de heridos desde el inicio de la guerra civil. Desde 2017, el Gobierno sirio emprendió una campaña contra el Ejército Islámico (ISIS) recuperando los territorios al oeste del Éufrates. El 6 de diciembre del 2022, tanto autoridades sirias como rusas, proclamaron el fin de la operación contra el Estado Islámico. ​​​

La crisis en Siria sigue causando mucho sufrimiento tanto a los que viven en el país como a los que huyeron. Este conflicto sigue siendo la mayor crisis de refugiados mundial. Más de 11 millones de sirios aún dependen de ayuda humanitaria. Los habitantes de la parte del país que no controla el Gobierno de Damasco, con solo un paso fronterizo con Turquía, sufren la falta de ayuda de las organizaciones humanitarias nacionales e internacionales. Lejos de una solución política al conflicto de más de once años y con el 90% de los sirios viviendo en la pobreza y doce millones en situación de hambre, las necesidades son mayores que nunca, mientras las agencias humanitarias siguen buscando ayuda en otros países.

La guerra desatada en Ucrania por la invasión rusa no puede hacer olvidar que hay más de medio centenar de conflictos armados activos en el mundo. Hace doce años se inició esta guerra en Siria, que ha sido terriblemente cruel y que se cobró alrededor de medio millón de vidas y más de once millones y medio de desplazados.

Contenido sugerido

Etiquetas:

Deja un comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *