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¿Y cuál es la novedad?

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Oponerse sin dar alternativas no contribuye al debate ni a la democracia. Además, generar incertidumbre en torno a una candidatura muestra la falta de visión nacional partidaria.

Foto: Fernando Lagla – Flickr Asamblea Nacional

Leía el domingo por la noche, en 4P, el siguiente texto: “La actitud de los socialcristianos, que si no están aliados con los correístas votan en el mismo sentido, no sorprende solamente en el país. Observadores externos que, en un ejercicio imposible, llegan para tratar de entender lo que ocurre en Ecuador, quedan perplejos cuando oyen a los representantes de ese partido. Primero, oyen que ellos mismos no saben si Nebot se inscribirá en la carrera presidencial; luego no entienden su estrategia de oponerse a todo sin lograr presentar reales alternativas de financiamiento y crecimiento. En privado, los socialcristianos hablan de apuntar los sectores petrolero y minero para generar desarrollo. Pero no dicen lo que harán mientras maduran esas inversiones que, quienes miran desde afuera, saben que tomarán tiempo. Y crearán problemas con las comunidades indígenas. Luego dicen que reducirán el tamaño del Estado. Pero no dicen los sectores en los cuales botarán burócratas ni con qué plata los indemnizarán”.

La expresión inmediata que puede producir esta información es ¡qué barbaridad! Pero si hacemos un seguimiento a su trabajo no hay de qué sorprenderse. Ese es su estilo de política. No se puede perder de vista que es un partido que, por años, no ha actuado como una agrupación nacional, sino meramente cantonal y, otras tantas más, como un partido con presencia en algunas zonas del Ecuador. Al no actuar como un partido con una visión nacional y con propuestas viables, lógicas, aplicables y realizables, es fácil oponerse a cualquier cosa, hacer declaraciones impensables y, lo más preocupante, jugar al juego previo a cualquier elección presidencial: crear incertidumbre sobre una potencial candidatura.

Pero esta forma de actuación no es exclusiva de esta agrupación, se la puede aplicar a los de AP, a los correístas, a los grupos de independientes, a la Izquierda Democrática, a casi cualquier fuerza que está en representada en la Asamblea Nacional, es decir critican, se oponen, pero no ayudan en la construcción de puentes entre ellos y, menos aún, con la sociedad civil. Y si se trata de candidatura presidencial, las agrupaciones que tienen sus caudillos (los pongo a toda esa categoría, porque hay los que también no dan paso a ninguna otra persona que no sean ellos), no tienen miedo a decir si van a correr en las elecciones.

La fortaleza de la democracia está justamente en que las agrupaciones políticas puedan dar una respuesta a lo que ocurre en el Ecuador en su conjunto. Y eso requiere dar alternativas a los jóvenes, los indígenas, las personas sobre los 40 años, las mujeres, a toda la fuerza productiva del país, en materia de trabajo. Y si hablamos de trabajo, hablamos de generación de riqueza, que puede rápidamente cambiar la situación de millones de ecuatorianos que, desde 2015, van enfrentando una crisis económica que se agudiza cada vez más.

La clase política está sentada sobre una hornilla caliente y eso significa que está sobre las necesidades de millones de personas que cada vez tienen más dificultades para satisfacer sus necesidades básicas: comida, educación, salud, seguridad.

A los políticos hay que empezarles a exigir un acuerdo real y su consecuente plan de ejecución, que incluya a todos los sectores. La forma de hacer política, como la recogida al principio de este análisis, ya no cabe en una sociedad que sigue polarizada, que odia a la otra mitad y que, encima, no tiene oportunidades.

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