OTAN (parte II). Los pactos de la posguerra
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La Guerra Fría se vivió en tres etapas. Repasar estos episodios nos recuerda la lucha por las libertades y la ideología.

Aun cuando la Segunda Guerra Mundial había terminado, por supuesto con triunfadores y con perdedores, los contendientes y, en particular algunos militares directamente envueltos en los frentes de batalla, concordaban que lo único que aseguraría estabilidad política y paz era la recuperación de la salud económica del mundo y en particular de la arrasada Europa.
Probablemente el juicio de la historia sea el mejor indicado para justipreciar que George Marshall, el estadounidense de uniforme militar y traje gris de tres piezas, llamado el ‘organizador de la victoria’ por el connotado primer ministro británico, Sir Winston Churchill, secretario de Estado del presidente Harry Truman, defensor de la reconstrucción económica de 18 naciones europeas devastadas por la guerra ante el Congreso de los Estados Unidos de América y estadista ilustre que fuera galardonado con el Premio Nobel de la Paz como reconocimiento a su trabajo en el plan económico y social, conocido Plan Marshall, fue el artífice de eso.
Es histórico que la idea fue concebida por Dean Acheson y Will Clayton, pero es también real que fue el discurso de George Marshall, el 5 de junio de 1947, en la famosa Universidad de Harvard, el que marcó el ritmo para que el 4 de abril de 1949, en Washington DC, se firmara el Tratado del Atlántico Norte y la Organización del mismo como OTAN. Una institución que se funda en el mutuo apoyo militar a los miembros, en caso de agresión por parte de terceros.
El Sóviet Supremo, interpretó dicho tratado como una alianza militar en contra de la URSS y promovió entre los países del este de Europa el establecimiento de la ‘Guerra Fría’.
La libertad de las libertades empieza a jugarse en el marco de nuevos frentes de batalla como el sistema electoral libre, sistema de propiedad libre, sistema de libre empresa, sistema de economía libre, sistema educativo libre, sistema religioso libre, sistema asociativo libre, sistema de mercado libre y muchas otras libertades versus el “otro sistema”, el socialista/comunista de carácter colectivista, y muchas otras restricciones a la libertad. Entonces, es la lucha de las ideologías la que está en juego.
El sistema socialista/comunista, bajo el paraguas conceptual de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, apostado en todo lo que se consideraba el territorio de la Rusia Zarista de los tiempos antiguos y otras Repúblicas; considerado, para esa época, como la antítesis del capitalismo occidental liderado por Estados Unidos de América, nación dispuesta a reforzarlo en la devastada Europa y a reinstalarlo en el resto del mundo, si fuera posible. Aun cuando para muchos historiadores es un tanto difícil ubicar con claridad cuándo comienza y cuándo termina la ‘Guerra Fría’, muchos tratadistas coinciden que el proceso podría explicarse mejor dividiéndole en tres periodos, dentro del concepto de enfrentamiento de dos superpotencias, a saber, Estados Unidos y la Unión Soviética. Visto no necesariamente como una confrontación militar, sino como una carrera de velocidad y de resistencia de la competitividad económica, social, científica, tecnológica, deportiva y muchas otras más, y entre el año 1945 hasta 1990-1991, con la disolución de la URSS.
Un primer periodo se resalta con enfrentamientos como el ‘bloqueo soviético de Berlín’ de 1947, que generó el primer puente aéreo de la historia para aprovisionar de mercancías de los Estados Unidos de América. Es estos tiempos se produjo la guerra de Corea, donde las dos superpotencias, inclusive, enviaron tropas.
Una segunda faceta histórica de la ‘Guerra Fría’ la marcan hechos como la carrera armamentista liderada por el republicano general Dwight Eisenhower, valiéndose de la debilidad económica y del liderazgo de la URSS y de otras vicisitudes muy crueles que se mezclaron con posiciones soviéticas extravagantes y provocadoras.
La tétrica y sangrienta dictadura de Stalin se ocultó inclusive con la evidencia agonizante del ‘hombre de acero’, como lo llamaban en occidente, y las obtusas notas contradictorias del ‘Pravda’, periódico oficial del partido comunista sobre el relato de la muerte de Stalin y la disputa del poder con el nuevo liderazgo de Nikita Kruschev y los “Revisionistas”. Dos crisis graves detonaron en este segundo periodo, a saber, la llamada “crisis de los misiles” de 1962 de Cuba y la guerra de Vietnam entre los años 1959 y 1975.

La OTAN fue creada para defender, con fuerza, los valores de Occidente.
Tercera faceta. La siguiente reseña histórica de la Guerra Fría se inicia en 1978 con la invasión de Afganistán por parte de las tropas soviéticas, en la ruta hacia los mares calientes (tesis muy antigua de la Rusia Zarista), la llegada de los comunistas al poder en Afganistán; y la política anticomunista del presidente demócrata de EE.UU., Jimmy Carter. La elección del presidente republicano de Estados Unidos, Ronald Regan, en 1980, que en su primer mandato implementó un incremento de los gastos militares ante la amenaza del “imperio del mal” (denominando así a la Unión Soviética); y en su segundo mandato con un acercamiento de EE.UU. hacia la URSS (en plena ‘Perestroika’ del mandato de Michael Gorbachov) y aprovechando el hundimiento de la economía soviética para acelerar el fin del imperio soviético. Ellos firmaron el Tratado de Eliminación de Fuerzas Nucleares de Alcance Medio.
La cadena de acontecimientos esquematizados en la época de la llamada Guerra Fría, muestra con claridad que las tesis “ideológicas” antagónicas entre las dos potencias fueron cambiando al albor de las provocaciones, amenazas y abusos expuestos públicamente por cada una de las partes.
Un régimen de Gobierno se sostiene no solamente con un apoyo político (ya debilitado por la desesperanza, desmotivación y desunión), sino también con un apoyo militar (aun cuando ya estaba fragmentado). Este es el caso de la URSS. De esa situación político-militar eran conscientes todos los líderes soviéticos y la estropeada situación de la economía (por la caída de los ingresos de las exportaciones de materias primas de gran valor, en el mercado mundial, incluido petróleo, gas natural y carbón), tampoco ayudaba. No es que EE.UU. ganó la Guerra Fría, (que sí hay un registro de muchas ganancias y avances notorios, en economía, tecnología, asuntos sociales y científicos, comparado con la Unión Soviética), sino que fueron los mismos soviéticos, con el Revisionismo de Kruschev, una vez desaparecido Stalin, los que estaban permanentemente conspirando para el hundimiento de la URSS. La historia los cita con nombres, apellidos y cargos políticos.
Es en ese contexto, de casi una total desintegración, deterioro moral y económico del sóviet, que se da la primera reacción y de las Repúblicas más pequeñas de la Unión, las bálticas en otoño de 1989. Para cuando Gorbachov, como parte de la reforma política ‘Perestroika’ y al margen del tutelaje de más de 70 años de hegemonía del Sóviet Supremo y del PCUS, se atrevió a convocar por primera vez a elecciones. Ya era tarde, puesto que las fuerzas independentistas de Lituania, Estonia y Letonia ya habían declarado su independencia. Y eso era solo el comienzo. El “plato hambriento” de la mesa vacía de sustancia lo pusieron los mismos rusos que provenían del imperio Zarista antecesor del sóviet. Boris Yeltsin, elegido en 1990, impulsó las medidas que poco a poco desmantelaron la URSS del mapa político del mundo. Para la Navidad de 1991, el 21 de diciembre, ocho de las 12 Repúblicas restantes de la URSS (Estonia, Letonia, Lituania y Moldavia, ya habían declarado la independencia pura y simple), siguieron el ejemplo de Rusia, Ucrania y Bielorrusia. El 25 de diciembre de 1991, Michael Gorbachov dimitió, sintiéndose solo y abandonado, y el presidente Bush declaró que había nacido “un nuevo orden mundial».