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Elecciones y Consulta, de nuevo la misma historia

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Lo que se avecina es para echarse a temblar: otro alcalde sin respaldo popular, otra guerra en el Concejo Metropolitano de la capital, otro intento golpista de los adversarios del gobierno, otra vez la muerte cruzada.

Foto: Gianna Benalcazar – CCQ

Son los mismos partidos, la misma clase de candidatos, el mismo electorado, las mismas autoridades electorales; nadie podrá esperar razonablemente que cambien los resultados. Hubo varios intentos de presionar la “unión de los candidatos de la tendencia” para tratar de evitar la repetición de la historia, pero se repitió hasta en eso, en tratar de evitar lo inevitable. Los políticos no piensan en los problemas de la gente sino en sus propios problemas.

Parece viable, a primera vista, una alianza de los candidatos de la tendencia: piensan lo mismo, necesitan contar con apoyo político de otros partidos para gobernar si llegan a ganar las elecciones, tendrían más legitimidad si cuentan con apoyo popular y sería la forma de empezar una política civilizada y una democracia de acuerdos. Los candidatos decían, todos, que estaban abiertos a conversar y aseguraban que ese era el camino.

 Los escollos para la unidad

Avanzadas las conversaciones se debían enfrentar problemas reales como la supervivencia de los partidos cuyos candidatos declinan en favor de otro candidato y otro partido. Otro problema real era el riesgo de parecer traidores a sus partidos, a sus colaboradores, a sus concejales. Un tercer problema era definir quiénes son los “sacrificados” y quién es el beneficiario. Los problemas tienen solución, especialmente si todos los participantes están de acuerdo.

Si los candidatos hacen una declaración conjunta en la que establecen las razones para la unidad, los acuerdos a los que han llegado y las ventajas para la ciudad, si la prensa y las organizaciones sociales, que reclaman la unidad, felicitan y promocionan la unidad, si los acuerdos incluyen el trabajo conjunto en la campaña y responsabilidades para todos en el gobierno de la ciudad, parece que la unidad solo tuviera ventajas y podría ser el comienzo de una nueva manera de hacer política. Las listas de concejales se mantendrían para que los electores elijan a los que consideren mejores.

El único escollo insuperable es la incapacidad de aceptar al otro. Cada uno cree que es mejor que el otro, lo que supone que todos están dispuestos a considerar la unidad siempre que sea el beneficiario de la alianza. Las encuestas no ayudan para nada. Cada candidato tiene su propia encuesta y siempre le coloca bien a su candidato. Cuando menos le asegura que es el que más sube, que es el más conocido, que es el que menos rechazo genera, que nada está decidido porque el número de indecisos es muy alto. Se llega al punto en que los participantes dinamitan el acuerdo y vuelven a la vieja política de atacar al contrincante en lugar de conquistar a los electores.

Segunda vuelta electoral para alcaldes

Una posible solución es la de implementar una reforma en las normas electorales para establecer una segunda vuelta electoral para la elección de alcaldes, dejando en la segunda vuelta a los dos candidatos que hayan obtenido mayor número de votos. Eso garantiza la elección con más de la mitad de los electores y eso implica un respaldo político muy importante para que el elegido cumpla sus promesas electorales y los derrotados se sientan moralmente obligados a apoyar o por lo menos no boicotear el gobierno de la ciudad.

El problema de la dispersión se da en la derecha y en la izquierda y por las mismas razones y en el fondo del problema está la calidad de los partidos políticos y la calidad de los candidatos que proponen a los electores, pero de ese tema ya se ha hablado lo suficiente y los partidos siguen su marcha hacia la extinción, aunque no sepamos cómo los vamos a reemplazar.

Los debates electorales no remedian la calidad de los candidatos ni las banalidades que plantean. La organización de los debates oficiales es imposible por el número de candidatos. El debate es la contraposición de ideas y programas, pero los partidos y los candidatos presionan para que se hagan dos grupos y que no se encuentren en el mismo grupo los principales contrincantes o los irreconciliables adversarios. Los tiempos se reducen hasta lo ridículo, es imposible plantear la solución de problemas gigantescos en una exposición de segundos. Más útiles son los foros en los que se plantean problemas y los candidatos plantean soluciones, pero los candidatos que se creen ganadores rehúyen los foros y prefieren difundir mensajes banales en las redes sociales.

La guerra del Concejo municipal

Si los resultados electorales fueran los que predicen las encuestas, tendremos en la alcaldía un político condenado, con grillete y sin derechos políticos. Sería un hecho que solo puede suceder por una extraña conjunción de astros que no pueden explicar ni los horóscopos. Los astros alineados serían: un juez que aplaza su dictamen mientras sea tolerado por los poderes políticos y judiciales en beneficio del sentenciado o en beneficio propio; un electorado que elige a un condenado por desprecio al establecimiento, porque no cree en la justicia o por masoquismo; candidatos que no tienen reparos en competir con un condenado y una autoridad electoral que carece de autoridad.

El candidato y sus asesores merecen el nobel de la política porque sería elegido con la quinta parte del electorado, destituido y reelegido con la misma quinta parte. Eso sería posible por las debilidades de los demás candidatos más que por sus propias fortalezas que le hacen notable más para la farándula y el deporte que para la política. Sin embargo, ha utilizado los beneficios y debilidades de la ley y la justicia, ha explotado las capacidades políticas y ha conquistado más electores que sus adversarios.

Si las encuestas tienen razón y ocurre lo que pronostican, tenemos obligación de anticipar lo que ocurriría. Cuando no se cuenta con certezas hay que formular hipótesis o construir escenarios. El primer escenario posible es que las mismas fuerzas que le permitieron, por acción u omisión, que participe en la campaña, le permitan ejercer el cargo con el cínico argumento de que la voluntad popular está por encima de todo. Se precisarán todos los demócratas.

El segundo escenario es que el juez que hace de dique a la justicia, se rompa o se vuelva inútil, y se produzca una segunda destitución del cargo, que la capital se quede otra vez sin alcalde y sufra un aluvión de problemas, de intereses, de palabras tardías. Un aluvión de cobardías y vergüenzas. El gobierno ha pecado, cuando menos, de omisión en el drama de la capital.

El tercer escenario es sobre el remedio. En caso de una segunda destitución le corresponde al Concejo elegir al nuevo alcalde. Dependerá de los resultados electorales la conformación de una mayoría capaz de tomar la capital. Puede ser que el destituido elija a su sucesor, o que opere la unidad de la tendencia, incluso que se pongan en marcha acuerdos previamente negociados. La capital será el Cristo que vea cómo se reparten su túnica.

La Consulta Popular

Nada transformará la Consulta, nada resolverá, como dicen hasta los defensores del gobierno. Las preguntas del referéndum están diseñadas para ganar la consulta, no para tener resultados. El gobierno, según parece, tiene como prioridad sobrevivir y para ello la Consulta es un instrumento más. No ha hecho campaña, aunque es el proponente, y no la necesitaba porque todas las respuestas merecían un Sí. Al gobierno le convenía convertir la consulta en plebiscito a favor o en contra del gobierno para obtener un balón de oxígeno y argumentos en contra de los golpistas.

La oposición que advirtió la trampa buscó la salida en un viejo truco. La trampa estaba en que no había forma de combatir a la consulta: las encuestas mostraban ganadoras a todas las preguntas; oponerse a ellas era prestarse para que se diga que favorecen a los narcos, convertirla en apoyo o rechazo al gobierno era garantizar la supervivencia del gobierno y pegarse un tiro en la nuca. El viejo truco es desacreditar al presidente sin hacer referencia a la Consulta.

Aquí entra en juego la denuncia de corrupción en las empresas públicas, diseñada para acaparar la atención en los últimos días de campaña. Tendrá su impacto en la Consulta. Bastaría que le derroten en dos de las ocho preguntas para que le mojen la pólvora al gobierno.

Las denuncias tienen la desgracia de que mezclan hechos con opiniones, sugestiones, amenazas y aspavientos. Presentados los contenidos como telenovela mantienen el interés de los públicos y endosan la responsabilidad a la Fiscalía.

El gobierno, sorprendido, no atinó en nada. Primero pretendió ignorar la denuncia, luego trató de explicar con mentiras y aseveraciones gratuitas, después trató de acusar a sus operadores de alianzas oscuras y todo el tiempo con la cautela del que teme que salgan cosas peores después o se cumplan las amenazas de que la operación política no terminará con las denuncias de corrupción.

A todo esto, los electores iremos como ovejas al matadero. Pacientes y silentes, desconfiados y obligados, a condenarnos con el voto. No hay escapatoria, perderemos si anulamos el voto, si votamos por el mejor, si votamos por el peor, votando Sí o votando NO. Tendremos que encontrar la manera de rescatar la política, resucitar a los partidos para que nos presenten buenos candidatos que ofrezcan solución a nuestros problemas indicando el qué, el cómo, el cuándo y el con qué. Entonces iríamos a las urnas llenos de optimismo.

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