Jóvenes profesionales en el olvido
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¿Qué pasará con los jóvenes profesionales en el futuro cercano? El acceso al estudio, las becas, la inversión en educación… son temas pendientes en el debate nacional.

Pasar de un día a otro de ser cuidados a cuidar es una lección de humanidad que siembra la pandemia en jóvenes universitarios. Quiero mostrarles testimonios de cómo viven esta situación algunos de ellos (los nombres son ficticios).
Miriam: “tengo clases a la misma hora, comemos a la misma hora, hacemos lo mismo todos los días, exactamente igual. Es bueno porque así no me estoy perdiendo de los días, sé qué día y hora es, pero hasta cierto punto se vuelve súper cansado tener la misma rutina”.
Jorge: “mi mamá es una persona de riesgo y yo salgo hacer las cosas”.
José: “para ir a la universidad viajo una hora y media. Las primera semana me daba ansiedad el encierro. ¡Necesito mi Ecovía! Ahora, ya me acostumbré”.
La mamá de José tiene asma así que ella no sale para nada: “yo nunca había ido al mercado, pero me tocó. También aprendí a cocinar”.
Josefina: “mi tía es entrenadora de natación entonces comenzamos a hacer ejercicio en línea con mi familia. Es medio divertido porque a veces no nos sale el ejercicio. Algo malo es que nació mi prima y no la podemos conocer”.
Como en otros casos, Josefina sale por las compras de toda la familia, tanto de los tíos como de los abuelos. No le gusta el estrés de comprar la lista y luego repartir en cada casa. Sin embargo, también es otro aprendizaje: “por ejemplo, la primera vez que fui a hacer compras me pidieron ajo en polvo y yo: ¿eso no es una pepa?”.
Jennifer tiene un bebé de dos años: “ahora estoy todo el tiempo con mi hijo, antes no pasaba en la casa para nada porque estaba haciendo prácticas y estudiaba en la noche. De igual manera, he aprendido a cocinar más, hacer postres, me ejercito en casa, la verdad no me aburro para nada”. Vive con sus padres.
Jenny trabaja en una empresa, comenzó como pasante y luego se quedó; pero está sintiendo mucho estrés porque: “literalmente estoy trabajando hasta sábado y domingo”.
La mamá de Adriana es jubilada y la experiencia de permanecer en la casa le dio la oportunidad de pasar con su madre: “pasamos juntas todo el día, es una nueva rutina y me gusta bastante, la verdad”. Las dos viven solas y ella se encarga de hacer las compras: “al principio no tenía idea de la adquisición de frutas y verduras. También les ayudo a mis tías con los víveres”.
Para Fabián, a veces puede ser difícil, tiene problemas de depresión, pero ahora su terapia es “el arte, escribir, mucho cine y música”. Vive con su papá, que para él es como su mejor amigo y “es increíble estar con él”. Lo escucho con emoción, pienso en cuantos jóvenes pueden estar en su situación y el valor que se requiere.
En la mayoría de los casos, el encierro significa una comunicación más cercana con sus padres. Muchos de ellos viven, por varias circunstancias, solo con papá o mamá; una imagen cada vez más generalizada de la sociedad ecuatoriana.
Muchos de estos jóvenes culminarán sus carreras en breve, ¿cuál es su perspectiva cuando amaine la pandemia? Pero, la pregunta es incorrecta, deberíamos cuestionarnos más bien: ¿cuál es la perspectiva del país si sus profesionales no tendrán trabajo, o uno estable, durante por lo menos los próximos tres años?
Sabemos que el confinamiento será itinerante, que el teletrabajo y el análisis de datos, como el virus, llegaron para quedarse. En este contexto, se necesitan profesionales preparados para el mundo del mañana que ya comenzó hoy. Desde esta perspectiva, disminuir aún más el financiamiento a las universidades de posgrado es el equivalente a una nueva pandemia; la de un Ecuador con ignorancia funcional, con un agravante: el desperdicio de un tiempo que podría aprovecharse productivamente con estudios de posgrado que faciliten su incorporación a las nuevas formas de economía, que empujen el emprendimiento y favorezcan el desarrollo del Ecuador.
Por favor, consideren que con la tragedia viene la esperanza y eso significa becas, inversión en educación…