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Cuando la tribu decide

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La humanidad responde a comportamientos culturalmente aprendidos. Sin embargo, en Ecuador se legisla varios temas sensibles, no por criterios científicos ni análisis de costo y beneficio en previsión del futuro.

Foto: Daniel Molineros – API

Interactuamos con otros de forma cultural, lo cuál significa que, por ejemplo, compramos flores e invitamos a una cena romántica en un lugar especial de la ciudad a la persona que amamos. Incluso la manera que nos enfrentamos tiene un componente cultural, un choque se resuelve en el juzgado de tránsito y no con un duelo a muerte en el parque de El Ejido al amanecer. La convivencia en sociedad significó un alejamiento de la violencia.

El peor enemigo de los seres humanos, son los seres humanos, diseñados para la convivencia, penosamente, también para el combate. Lo extraño no es la violencia, sino que logremos escapar a ella. Por eso valoramos tanto la democracia que establece mecanismos culturales y sociales para resolver diferencias y cooperar.

La vida nos facultó para la empatía, una cualidad necesaria para la reciprocidad y la ayuda; también estamos preparados para aprender de nosotros mismos y buscar el respeto de las otras personas.

Este esquema de la naturaleza humana es lo que permite el crecimiento personal en el proceso de intercambio de información, que nos convierte en espejos múltiples donde nos reflejamos para actuar conforme a las expectativas propias y del grupo.

La empatía activa dos facultades mentales la previsión, como cuando adivinamos hacia donde va una conversación y, el respeto por uno mismo, que es como un andamio que sostiene la construcción de nuestras interrelaciones humanas.

En las culturas del honor ocurre lo contrario, la empatía es substituida por la reputación, que se deposita sobre el hombre, responsable de la esposa y los hijos (particularmente mujeres). Es fácil reconocer el machismo en las culturas del honor, donde el estado no logra institucionalizar la justicia y los sistemas de protección pública como la policía.

La violencia contra la mujer, la venganza y el fanatismo, aflora por lo general en sociedades donde no impera la ley, pero predomina la impunidad y la corrupción. En este contexto, las decisiones sobre leyes se toman, como si fueran una tribu en los que el honor de la persona es la del grupo político. Las mafias y bandas criminales funcionan de forma similar en sociedades que están fuera del control de la ley y en las que es fácil robar o traficar, por eso corrompen jueces, políticos, militares y autoridades: quien controla la violencia, controla la reputación y el dinero.

En Ecuador, una Asamblea que discute varios temas sensibles no por criterios científicos y análisis de costo y beneficio en previsión del futuro, sino por ideologías extremas que niegan la negociación y los acuerdos públicos reducen el círculo mental, como ocurre en una tribu que actúa en función de el pensamiento del grupo y no del todo social. 

La expansión del círculo mental, es un medio de combatir la violencia pues también se amplía el círculo moral, cuando dejamos la tribu y pasamos de la nación a la humanidad, consideramos que merecen nuestra consideración y respeto todas las personas por el solo hecho de existir.   

Se denominan culturas de la dignidad a aquellos sistemas morales en los cuáles la administración de la justicia evita que tengamos que vengarnos de nuestros enemigos o castigar a otros por cualquier razón como la orientación sexual, su posición frente al aborto o la migración, su adscripción política o religiosa. Aquí prima la reciprocidad, el respeto y la empatía.

Penosamente, una buena parte de las discusiones sobre temas delicados para el país lucen tribales, reducidas a posiciones extremas que favorecen, en un contexto de falta de legitimidad de leyes y de sistemas de justicia, la violencia en que vivimos.

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