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Cuando a la ideología se la pone a un lado

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Las prioridades económicas hacen que el ciudadano no esté pendiente de la ideología.

Foto: Marcos Pin – API

No es ningún secreto que los potenciales candidatos a la Presidencia de la República deberán disputar el espacio olvidado durante más de 13 años, es decir lo que tradicionalmente se denominó como el centro. Esa movida, aparentemente lógica, puede presentarse como una vía válida para que los extremos desaparezcan. En esas puntas están los defensores de la revolución ciudadana, sus líderes, su gobierno y sus diferentes variantes y quienes están completamente en desacuerdo con ellos y con lo que huela o se sienta con alguna vinculación con ese grupo.

A estas alturas, la mayoría está aburrida del tema o ni siquiera le interesa. Para unos hay prioridades de supervivencia y bienestar para las familias, que son más urgentes, y, para otros, se trata de etiquetas o agrupamientos con los que no se identifican. Por eso quien pueda conectar con esto, puede llegar a ser un candidato atractivo para disputar la contienda electoral del próximo año.

Justamente, esta necesidad de ubicarse en el centro explicaría porque, desde hace semanas, candidatos a los que se les ha ubicado con la derecha (sus simpatizantes dicen centro derecha) como Guillermo Lasso (Creo) y Jaime Nebot (PSC) dan la impresión de mirar hacia ese enorme electorado. Vale recordar que en esto ya les lleva ventaja Gustavo Larrea (Democracia Sí), que se ha presentado desde hace mucho tiempo como de esa tendencia, para sorpresa de muchos de quienes conocen su larga trayectoria política.

A partir del lanzamiento del libro sobre Jaime Nebot, en Quito, la semana pasada, parecería que arrancó el paso 2 de este juego electoral: decir que las ideologías no importan y que es el momento de buscar acuerdos, consensos y atender a las necesidades de la gente, que la está pasando muy mal ante la situación económica reinante. En otras palabras, es hora de ir hacia el centro, donde convergen las posibilidades de acuerdo.

Si miramos sus afirmaciones a la prensa, no pudo ser más claro. Dijo, en declaraciones a El Comercio, que no cree ni en la derecha ni en la izquierda, aunque respeta a las ideologías y las cataloga de importantes, y que su ideología es la prosperidad.

No hay duda que frases así suenan bien, son convincentes. Y si a eso le agrega el legado que dejó en Guayaquil (que para la mayoría de ciudadanos de esa urbe es positivo), así como su frase de que aprendió de sus errores pasados y que escucha mucho, es perfecto para que ese segmento en disputa lo mire con atención.

Pero la política debe construirse con hecho políticos. Parte del juego que se debiera hacer desde la ciudadanía y la prensa no es sólo preguntar a los diferentes candidatos cómo hará lo que dice que tiene previsto hacer, sino mirar si en su accionar de los próximos meses, de los grupos o de los partidos a los que representan, sus movimientos para que la discusión de los temas públicos salga de esa polarización mal sana. Dicho de otro modo: hay que mirar sus trayectorias. Pero más lo que hacen a partir del momento en que deciden presentarse como los representantes de ese gigantesco número de electores que no quieren estar etiquetados o agrupados en ninguno de los dos extremos.  

Ese aporte sería enorme, porque constituiría un hecho político concreto que pudiera permitir acercarnos como ecuatorianos, para transitar sobre el complejo y largo camino que implica la democracia y sus valores de respeto, inclusión, tolerancia y diversidad ideológica. Caso contrario, simplemente el Ecuador estará ante los liderazgos clásicos que, al parecer, prefiere. O que su clase política adora, porque lo que más rédito les ha dado es permanecer en los extremos y como caudillos que se mueven de acuerdo con las circunstancias.

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