Las brujas de la actualidad: minorías invisibles
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Las brujas siguen existiendo… la violencia de género es una realidad presente en Latinoamérica, fruto de un fenómeno sociocultural. Un análisis.

Como investigadora y lectora aficionada sobre temas de género, una de las frases que más llamaron mi atención fue la escrita por el profesor argentino Zaffaroni; considero que se aplica de forma real en la actualidad: “la inquisición todavía no ha acabado”. Sí, las brujas siguen existiendo y el “Malleus Malleficarum”, la obra más importante del medievo escrita por Kramer y Sprenger continúa plenamente vigente en la actualidad.
Esa perspectiva no es aislada, y tampoco pertenece al contexto social argentino o ecuatoriano, más bien, es una realidad presente en Latinoamérica fruto de un fenómeno sociocultural que se llama violencia de género.
En el contexto histórico se estudia que la violencia de género es oriunda del orden social patriarcal, periodo en que surgen las primeras ideas de asignación de roles y distribución inequitativa de recursos entre hombres y mujeres. Este fenómeno gana fuerza en periodos históricos posteriores y por supuesto tiene sus raíces en la Edad Media, época en la que empieza la cacería de brujas.
La irracionalidad del pensamiento medieval es asentada en ideas plasmadas en la filosofía, ilustradas por San Agustín y San Tomás de Aquino que defendían la inferioridad del “segundo sexo” por su creación a la imagen y similitud del hombre.
Pero ¿quiénes eran las brujas del medievo? La respuesta parece obvia: las mujeres, pero no cualquier mujer, más aquellas que eran consideradas un “peligro” para la sociedad, es decir, el ideal mítico creado por la iglesia y relacionado con el pecado original fue el responsable de que algunas mujeres fueran estereotipadas como brujas, por determinados hechos que los hombres consideraban distinto a los patrones impuestos al sexo femenino.
Pues bien, las “brujas” consideradas peligrosas fueron las víctimas preferidas de la ilógica punitiva construida en el medievo y consecuentemente quemadas en las hogueras del periodo inquisitivo. Esa página de la historia marca de forma crucial los sesgos misóginos que siguen siendo alimentados en la actualidad por el fenómeno de la violencia de género.
Con estos antecedentes ¿cómo debemos entender la violencia de género y sus implicaciones para la sociedad? El primero paso es comprender el significado de la palabra género.
Según Rosa Cobo el género corresponde a una categoría de análisis político social, es decir una construcción cultural derivada del orden social patriarcal que determina roles sociales o estereotipos asignados según el sexo a una persona.
Por otro lado, la violencia de género según la Convención de Belém do Pará, art. 1 consiste en cualquier acción o conducta que basada en el género cause muerte o daños de cualquier índole a las mujeres, en el ámbito público o privado.
En Ecuador las cifras actuales de violencia de género son escabrosas; según la última encuesta del INEC divulgada en 2019, 6 de cada 10 mujeres han sufrido algún tipo de violencia de género a lo largo de sus vidas; además, desde el año 2014 hasta 2022 se registran 1.378 femicidios, conforme las cifras presentadas por Fundación ALDEA.
Los datos muestran una realidad clara que cuestiona la indolencia del país frente a la violencia de genero en contra de las mujeres en todo el país.
En ese sentido, el Estado debe repensar en la importancia de articular leyes y políticas públicas como una posible respuesta al problema referente a la violencia de género, como por ejemplo: implementar un enfoque trasversal relacionado a este tema en todos los ámbitos sociales, tales como salud, educación, trabajo entre otros.
Como decía en el inicio de este artículo, las brujas en la actualidad siguen existiendo y el sistema de justicia sigue sacrificándolas; diferentemente del medievo las nuevas figuras que las representan además de las mujeres son las minorías sociales como los afrodescendientes, pueblos indígenas, comunidad LGBTIQ+ y personas con discapacidad, es decir, todo ser humano que sea distinto dentro de un patrón socialmente construido y rotulado, según Foucault “normal”, son invisibles para el Estado.