Cómo ser potencia en la Agroindustria
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Ecuador tiene miles de hectáreas disponibles para la agricultura. Pero están subutilizadas. Conozca algunas propuestas para cambiar el futuro.

Citar el término agroindustria (AgriBusiness), tras su surgimiento en Europa y América del Norte en la Primera Guerra Mundial, conlleva plantearlo adecuadamente a través de tres aristas: mecanismo, integración y función.
La primera por que es el mecanismo que define cómo los seres humanos participamos de la cadena alimenticia en nuestro ecosistema; segundo, porque integra de diversas formas a la agricultura con la industria para generar producción a grandes escalas; y tercero, en la función que esta desempeña en el desarrollo económico de los pueblos y la participación de pequeños y medianos productor es en las grandes cadenas de valor agroindustriales.
Es decir que la agroindustria constituye la principal forma de consumo de alimentos de los habitantes del planeta; sin importar el gusto o tendencia del ser humano (carnívoro, vegetariano, vegano, etc.), puesto que, sin la agroindustria, sencillamente ‘la comida’ no estaría disponible en la mesa.
La tendencia para el 2030 muestra que la población global llegará a los 8,4 billones de habitantes, 54% de los cuales vivirá en Asia Pacífico y el 60% se concentrará en zonas urbanas (megaciudades interconectadas). Así mismo, las tendencias mundiales en consumo de alimentos muestran una mayor preocupación por la salud y el bienestar para un emergente nuevo tipo de consumidor reflexivo, informado y escéptico que prefiere: productos con menos contaminantes, orgánicos, libres de residuos, ricos en nutrientes, con un mínimo proceso, y hasta definidos para segmentos personalizados de consumidores. En ese contexto, ¿está listo el Ecuador para participar de esta tendencia con los productos de su agroindustria?
Ecuador, un mundo verde subutilizado
Ecuador es uno de los países con mayor biodiversidad del planeta por km cuadrado. Su ubicación privilegia da en la mitad del mundo favorece el desarrollo de plantas y animales de variedades y especies únicas, ocupando el segundo lugar en el mundo en nivel de endemismo, lo que significa que tiene especies que sólo son posibles encontrarlas en nuestro territorio.
Según la Encuesta de Superficie y Producción Agropecuaria Continua, ESPAC 2017 del INEC, la superficie de labor agropecuaria (cultivos permanentes, transitorios, pastos naturales y cultivados) en el 2017, fue de 5,46 millones de hectáreas, donde la mayor superficie desuelo cultivable está destinada a pastos cultivados (áreas destinadas para ganado de toda clase), con Manabí liderando las provincias con mayor superficie de labor agropecuaria.
Los cultivos permanentes representan el 26,20% de la superficie con labor agropecuaria, siendo la caña de azúcar, banano y palma africana los cultivos de mayor producción a escala nacional. En cuanto a los cultivos transitorios, representan el 16,55% de la superficie de labor agropecuaria, siendo el arroz, el maíz duro seco y la papa, los cultivos de mayor producción.
Fuera del ámbito estadístico, la realidad es que el uso de los suelos en el Ecuador es ineficiente, con pocas excepciones. Esto debido, principalmente, a que no hay estudios de suelo y no se conocen adecuadamente las necesidades particulares de los cultivos. El vacío genera suelos muy envenenados, desgastados y poco productivos debido al abuso de agroquímicos y fertilizantes. Pero esta realidad es un resultado compartido entre Estado y productores, quienes deben mejorar aquellos factores que afectan la competitividad de la agroindustria.
A lo largo de los últimos 80 años, luego del boom cacaotero, se han realizado varias reformas agrarias y diferentes propuestas de desarrollo rural y acceso a la tierra, cuyos resultados han acarreado la reducción de la gran propiedad y de aquellas de menos de cinco hectáreas, pero también, el crecimiento de extensiones medianas de tierra entre 5 y 20 hectáreas.
Sin embargo, este decrecimiento de grandes propiedades de tierra no refleja aún un justo acceso al suelo productivo por parte de los agricultores, a quienes décadas atrás se les entregaron las tierras de altura y laderas, dejando la concentración de las ‘mejores tierras’ en manos de las otrora nacientes haciendas modernas, todo con un trasfondo político-partidista. Esta constante incidencia de medidas políticas y económicas sobre el desarrollo rural ha causado un camino hacia el monocultivo y la ganadería intensiva, disminuyendo las propiedades físicas, químicas y biológicas de los suelos destinados a la producción de alimentos.
El modelo: Hungría, un cambio de enfoque
Treinta años atrás, en 1988, Hungría recibía del Banco Mundial un préstamo por USD 70 millones, para impulsar sus exportaciones agrícolas, pensado para otorgar USD 60 millones a bancos comerciales, quienes concederían subpréstamos a empresas exportadoras para mejorar la calidad de los productos, su gestión y comercialización; y los USD 10 millones restantes para proporcionar apoyo técnico a las entidades estatales. Estos son objetivos similares a los que se plantean comúnmente en Ecuador hasta el día de hoy.
Sin embargo, el comunismo cae en 1990 y Hungría liberaliza su economía, por lo que el préstamo se encontró atendiendo a circunstancias totalmente diferentes, mientras a la par desaparecían sus mercados tradicionales de exportación. ¿Qué sucedería si también desaparecen los destinos tradicionales para los productos ecuatorianos? No es imposible, y carecemos de un plan B de exportación.
Bajo ese nuevo escenario, el Gobierno húngaro jugó un papel fundamental, modificando paulatinamente los objetivos del préstamo, permitiendo por ejemplo a los bancos otorgar los subpréstamos a mediano y largo plazos a empresas privadas, cuyas actividades nada tenían que ver con la exportación directa, beneficiando especialmente a empresas nuevas, creando entidades (empresas e instituciones públicas y privadas) que mediante participación directa o indirecta facilitarían la exportación de productos agropecuarios.
Es así que estos recursos se destinaron a:
- Educación e investigación: se financió la participación en viajes de estudio y formación sobre química de los alimentos, agronomía, fitogenética y disciplinas conexas; titulaciones de alto nivel para profesores de administración e ingeniería; material para laboratorios y bibliotecas, y proyectos piloto para ensayar técnicas de elaboración de alimentos.
- Información sobre mercados: se creó el Centro de Información sobre l Calidad de los Alimentos, el cual mantiene un banco de datos, cuenta con diversas publicaciones y asesora continuamente a los exportadores.
- Control de calidad: se mejoró la eficacia del Instituto Nacional de Inspección de Alimentos, pues se financió un estudio sobre normas de seguridad y calidad, y sobre capacitación y equipos para modernizarlos laboratorios de control de calidad; y,
- Transferencia de tecnología: el sector agroindustrial financió un estudio para modernizar las técnicas de producción y creó granjas experimentales. En consecuencia, los objetivos se ocuparon de fortalecer algunos puntos débiles de los actores públicos y privados de su agroindustria, sin dejar tampoco de prestar ayuda directa a la industria agroexportadora.
Como resultado, las exportaciones agropecuarias aumentaron un 47% entre 1993 y 1996, de USD 1 900 millones a USD 2 800 millones, constituyendo una excepción notable a la contracción general que se registró en el sector agrícola durante ese período. En un país como Ecuador, con deficiencias institucionales y funcionales respecto de la actividad agroindustrial, en donde según la Senecyt existen 37 956 profesionales en el área agrícola, valdría la pena considerar una estrategia similar a la empleada en este proyecto húngaro.
El futuro agroindustrial
Frente al inminente crecimiento poblacional, la agroindustria y la política de estado, deben enfocarse sobre algunas cuestiones fundamentales que construyan un futuro de avances significativos en las cadenas de valor agroindustriales: están los mercados y están los clientes (locales y extranjeros). El cambio climático y la sustentabilidad son asuntos significativos, así como también las tecnologías disponibles para el sector, que permitirán traducir los requerimientos de los consumidores a las características del producto.
En una cadena agrícola, que comienza con materia prima y termina con el consumidor, la tecnología es capaz de transformar los productos desde la genética y la genómica, la biología molecular, tecnologías poscosecha, biotecnología, nuevos materiales de empacado y envasado, pasando por la ingeniería gastronómica, etc. Estos son elementos que pasan a formar parte, dice Jaime Crispi, vicepresidente del programa Transforma Alimentos, Chile, de una estrategia para la transformación y sofisticación productiva e innovación sistémica de los alimentos, lo que nos permitirá avanzar hacia una nueva fase de desarrollo productivo y económico, que estará basado en los recursos naturales, pero incorporando más conocimiento a los productos y servicios.
Entonces, es necesario buscar alternativas de innovación y apoyarse en nuevas tecnologías denominadas AgTech, que permiten mejorar la productividad mediante la mecanización y automatización. También puede aplicarse la agricultura de precisión con Big-Data, el e-commerce agropecuario, la e-logística, entre otras herramientas tecnológicas.
La apertura al diálogo del Gobierno actual es el escenario adecuado para trazar una hoja de ruta viable que permita generar una visión compartida por la industria, la academia y el Estado acerca de las oportunidades y obstáculos a superar en los sectores con potencial y para los nuevos alimentos. Programas estatales como ‘MarcaSectorial’, el proyecto ‘Super Foods’ y otros más, deben contar con ese soporte integral que permita lograr los objetivos trazados a corto, mediano y largo plazos. Para este sector es imperativo contar con una profunda reestructuración sectorial libre de intereses particulares, que sea impulsada desde la innovación abierta, la investigación, el desarrollo, la internacionalización y la inversión eficiente; elementos que en conjunto permitirán ampliar el conocimiento, compartirlo y así conseguir el deseado equilibrio de sinergias entre los entes públicos, privados y las universidades.