Así está la música popular ecuatoriana
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La identidad sonora del país se renueva. Los artistas cumplen, pero queda mucho de los consumidores y los medios de comunicación. Aquí puede encontrar los vídeos de algunos de los nuevos exponentes.

El desarrollo tecnológico y la socialización del conocimiento; sumado a la intervención de la universidad dentro del campo musical que genera elevados estándares técnicos y promueve la investigación especializada, son los factores principales que han transformado significativamente la realidad de la música popular ecuatoriana en el presente siglo. El resultado es la diversificación de la producción de obras que buscan renovar la identidad sonora del país.
En esta panorámica están únicamente las tendencias compositivas que utilizan, como insumos, aquellos elementos asociados con la música tradicional ecuatoriana: géneros, ritmos, lenguaje melódico, armonía, etc. Es decir, los componentes de lo que investigador y musicólogo quiteño Fidel Pablo Guerrero Gutiérrez, llama ‘música de identidad’. No se consideran las manifestaciones que reproducen, sin mayores modificaciones, los productos de la industria global, en razón que no identifican particularmente a la cultura del Ecuador, así como tampoco aquellas expresiones que conservan invariables las producciones del pasado.
Por supuesto, la corriente que más se identifica con la sonoridad ancestral, es la conocida como música folclórica, aunque es más adecuado denominarla como ‘proyección folclórica’. En ésta, la tímbrica dominante es la de los instrumentos andinos, aunque cada vez se combinan con los de procedencia europea y los de fabricación electrónica.
Así mismo, los ritmos de base de la mayoría de canciones, son los heredados de la llamada música nacional: pasillo, sanjuanito, albazo, aire típico, tonada, etc. Iniciada como corriente estética particular a partir de los años 70’s, ha crecido paulatinamente hasta llegar a la institucionalización, con la creación de varias orquestas andinas y su estudio en la universidad. Se destacan las producciones de Yarina; Orquesta de Instrumentos Andinos, decana de toda la tendencia; los reconocidos Jayac, Altiplano y, más recientemente, Janan y Alexis Zapata.
Una tendencia que incrementa gradualmente su cultivo es aquella que elabora su discurso partiendo de la música afroecuatoriana, tanto la vinculada con la marimba esmeraldeña, como también la proveniente de la bomba del Chota. Si bien esta propuesta tuvo un gran impulso a fines del siglo XX, a través del trabajo de Los Chigualeros, Carmen González, Tomás Gracía, Alberto Caleris y La Grupa, por un lado, y de Jatari, Taller de música y Segundo Rosero en lo afrochoteño, es recién en el presente siglo que se consolida y multiplica como instancia de renovación, en especial a través de las producciones de Karina Clavijo, Ochún y La Tunda.
Desde la perspectiva más urbana, que incorpora un alto componente tecnológico electrónico, encontramos proyectos consolidados nacional e internacionalmente como el de Nicola Cruz, y otros más recientes que se abren paso decididamente en la escena contemporánea, merced a su depurada elaboración técnica, pero también por su fuerte sustento socio cultural. Se destacan los trabajos de Evha, Mateo Kingman, Santi D. y Caro Arroba. El curioso experimento del yaravitón (yaraví con reggeatón) de la banda Vaes, merece ser mencionado por lo audaz de la fusión.
El jazz participa también de forma robusta en esta búsqueda de nuevas sonoridades. Encabezado por Pies en la tierra -patriarcas del jazz nacional- aparecen cada vez otros que contribuyen con su aporte a este objetivo. Las propuestas de Neo runa, Yagé jazz, Mancero trío y Signos andinos, maduradas en la última década, encuentran la posta en Jazz the roots y Allu jazz, entre los actores emergentes.
El rock siempre ha sido promotor de fusiones, acercando lo tradicional a las generaciones más jóvenes. La escena ecuatoriana no es la excepción, y el camino que Amauta trazó en los 80’s, transitado más tarde por Curare, desemboca actualmente en la poderosa presencia de 3Vol, líder de una corriente que sorprende por el gran nivel técnico de sus ejecutantes y la atinada articulación con lo tradicional.
Existen otras propuestas que no encajan en las categorías enunciadas anteriormente, pero que también incorporan los elementos tradicionales y han alcanzado importante reconocimiento social. Allí está la Papaya Dada, y su chicha radioactiva, y también cantautores como Carlos Grijalva, Mariela Condo y María Tejada.
Como vemos, existe gran diversidad y cantidad de propuestas buscando renovar desde la tradición, la música popular ecuatoriana. Lamentablemente, son muy pocas las producciones que alcanzan suficiente difusión como para llegar a la mayoría del país y convertirse en una tendencia con la madurez necesaria para consolidarse. En ese sentido, los artistas cumplen adecuadamente su función, pero hace falta mayor iniciativa y compromiso por parte de los comunicadores y los medios especializados, para escuchar lo que ofrece la escena local y acercar esos productos a la población mayoritaria.
*Docente Escuela de Música de la Universidad de las Américas (UDLA).