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Apocalipsis zombi

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La vida de las redes sociales también afecta la política. El éxito por los ‘likes’ tiene consecuencias en la vida de los ciudadanos. ¿El antídoto? Aquí unas ideas.

Foto: Freepik.es

Una parte de los políticos y los académicos tienen en común el apocalipsis. El populismo vende soluciones radicales, los filósofos y los científicos venden temor existencial.

Cuando los líderes actúan en función de las valoraciones que provienen de las expectativas (léase un like o me gusta de las redes sociales) se autorepresentan políticamente. Esto puede provocar dos efectos colaterales: confundir la imagen, que corresponde a su rol como políticos, con su personalidad; es decir, intercambiar la conciencia por la adicción al éxito, que produce mantenerse en el imaginario social. El segundo efecto es que desmantelan su entorno. Aunque el poder les protege, en el largo plazo destruyen su propio mundo. Las personas a las que aman, sus hijos, los que nacen en 2019, vivirán las consecuencias de sus decisiones.

Las soluciones que ofrecen los políticos, como aquella de que los militares patrullen las calles para disminuir los asaltos, buscan el like de las masas, pero sin un sistema de justicia honesto o un cuerpo de policía con la preparación y los equipos suficientes, la estrategia rebotará como desencanto e inseguridad.

Los académicos, cumplen un rol similar, pero a la inversa. Venden el temor a la auto destrucción, argumentos inapelables sitúan, por lo general, al mercado y la democracia como expresiones de un capitalismo suicida (que debía transformarse en socialismo, pero cuando lo hizo resultó tan voraz y malvado como el capital).  

Un poco la idea detrás del miedo es que ante la posibilidad de volvernos zombis sin remedio surja la conciencia, pero eso no va a ocurrir porque el comportamiento humano está determinado por la situación y no por la racionalidad individual.  Seguiremos comprando otro vehículo para evadir el pico y placa, mientras no cambie la situación del transporte público.

La crítica al individualismo, al consumismo, a la superficialidad de las redes sociales, estimula individuos culpables o resentidos en un extremo y quemeimportistas en el otro. En el fondo, estos académicos también buscan likes, es decir, la admiración de su público que miran el borde del abismo a través de sugestivas frases como esta del filósofo Byung Chul Han: “Los recientes desarrollos sociales y el cambio de estructura de la atención provocan que la sociedad humana se acerque cada vez más al salvajismo”. Luego de leer a Han, quedo con la sensación de que el Medioevo era un Spa.

La solución a este apocalipsis, para una parte de la academia, es acabar con el sistema que produce,  por ejemplo, millones de autos que contaminan. Pero reducir las emisiones de carbono al nivel que se necesita para evitar el calentamiento global requeriría dejar la electricidad en nuestros hogares, la calefacción, los vuelos en avión, el papel, la ropa, los alimentos de los supermercados, el acero, los puentes de cemento entre otros.

Lamentablemente, la democracia liberal que tanto se cuestiona también es responsable de la mejor ciencia y la tecnología que puede cambiar el destino del colapso, por ejemplo, la energía nuclear, ahora más barata y segura. Los políticos podrían aprobar el impuesto global al carbono que obligaría a las grandes empresas a buscar alternativas tecnológicas a los combustibles fósiles o, ya en lo local, enfrentar a las organizaciones de transportistas.

El antídoto contra el apocalipsis es la comunicación para el cambio, que aporta a la formación de una opinión pública que pueda discutir las alternativas y fundamentalmente negociar entre posiciones opuestas. Mientras que el temor produce zombis. Los acuerdos que conducen a soluciones políticas y tecnológicas positivas son mejor aceptados por las personas pues les permite comprometerse con el futuro racionalmente.

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